08 | Decisiones desesperadas

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 Capítulo extra porque no he podido resistirme. Dejad de tentarme >:|

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08 | Decisiones desesperadas

Liam

—¿Es una broma? —articula con incredulidad.

No sé cuándo he cerrado los ojos, pero vuelvo a abrirlos cuando oigo su voz. Supongo que una parte de mí —la más racional— esperaba que me diera un puñetazo nada más escuchar mi propuesta. Sin embargo, Maia no se mueve. Solo me mira de brazos cruzados, sorprendida, como si creyera que se me ha ido la olla, y con razón.

—Va en serio —respondo, tras aclararme la garganta—. Has dicho que querías hacer algo por mí, ¿no? Pues ahí lo tienes.

—No lo entiendo. ¿Qué ganas con todo esto?

Abro la boca, pero la cierro al darme cuenta de que no tengo una razón de peso para habérselo pedido. Puede que me haya dejado guiar por el orgullo. O por mi ego. Solo quiero demostrarles a todos que tomo mis propias decisiones. Que puedo hacer lo que me apetezca cuando me apetezca y que no son nadie para prohibírmelo.

Pero no creo que Maia pudiera comprenderlo, así que digo:

—Hay una... chica. Está abajo, con Evan. Digamos que tenemos una relación un poco complicada y...

—¿Complicada en qué sentido? —me interrumpe y, al ver mi expresión de desconfianza, añade—: Si quieres que te ayude, necesito que me pongas en contexto.

Vale, odio admitirlo, pero tiene razón. Trago saliva. Adam me diría que no se lo contara, así que es una suerte que no esté aquí.

—Es mi novia. —Maia arquea las cejas—. Falsa —aclaro.

Resopla, incrédula, y suelta una risotada irónica. Se cubre la cara con las manos.

—Odio a los famosos —refunfuña para sí misma, y después me mira—: Déjame adivinar, ¿empezaste a salir con ella para ganar seguidores y ahora estás jodido porque se ha enamorado de ti?

—No exactamente —respondo, pero no me escucha.

—... porque, si piensas usarme para librarte de ella, quiero que sepas que eres un...

—No está enamorada de mí —la interrumpo, antes de que me insulte de nuevo—, sino de mi mejor amigo.

Decirlo en voz alta me quema la garganta. Maia cierra la boca y me observa con cautela.

—¿De Evan? —pregunta con confusión.

—No, de mi otro mejor amigo.

—Si no está colada por ti, ¿por qué quieres...? —Pero mi expresión debe de exteriorizarlo muy bien, porque no llega a terminar la frase—. Joder —masculla, al darse cuenta.

Sus ojos oscuros se posan sobre mí, y me da la sensación de que me miran con lástima. Acabo de caer en que es la única persona que lo sabe, además de Evan, y que no sé por qué diablos se lo he contado. No solo es que no debería haber confiado en ella, sino que, además, sabiendo cómo es, no me extrañaría que pensase que soy patético.

Me he pasado meses detrás de una tía que solo tiene ojos para otro. Si buscase «humillación» en el diccionario, aparecería mi nombre subrayado con rojo.

—Es una larga historia —me limito a contestar, para salir del paso y que, con suerte, no insista. Intento que mi rostro permanezca inexpresivo—. ¿Y bien? ¿Vas a ayudarme o no?

Hasta que nos quedemos sin estrellas |  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora