12 | Supernova

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Maia

Cuando entro en casa, está tan silenciosa como la dejé.

Suspiro, cansada, dejo las llaves sobre la mesa del recibidor y me quito la chaqueta. Normalmente vuelvo del hospital antes de que se haga de noche, pero hoy se me ha hecho tarde. Menos mal que decidí ir en autobús, porque no habría sido capaz de conducir a oscuras por la autopista después del día horrible que he tenido.

Estoy acostumbrada a los constantes abusos de Derek, pero esta mañana se ha portado como un auténtico capullo, y algo me dice que el hecho de que Liam se presentara como mi novio anoche en el bar ha tenido algo que ver. Por si fuera poco, no he tenido noticias de mamá desde que se fue ayer con Steve. No contesta a mis llamadas ni a mis mensajes, lo que resulta preocupante, porque en general no tarda más de veinticuatro horas en volver.

Estoy agotada, frustrada y estresada. Siempre que vuelvo a casa después de visitar a Deneb me invade una sensación extraña. Me doy cuenta de que ya me he acostumbrado a esto: a recorrer esos diez kilómetros que me separan de Manchester, subir a la segunda planta del hospital, entrar en su habitación y verla en la cama, inmóvil y pálida, con los ojos cerrados. Ha pasado tanto tiempo desde el accidente que ya no me acuerdo de cómo eran las cosas antes.

Las últimas horas han sido tan caóticas que casi no he pensado en que ahora una fotografía mía besando a Liam circula por todo internet.

Intento mantenerla lejos de mi mente, porque bastante me costó ya verla antes de enviarla a la revista para asegurarme de que no se me veía la cara. En efecto, es imposible que alguien me reconozca, lo que no significa que no me afecte. Porque, por desgracia, Liam está muy bueno. Y besa tremendamente bien. Como resultado, no puedo mirar la estúpida foto sin acordarme del momento que pasamos en mi habitación.

Se me nubló la mente por completo. Si no se hubiera apartado, estoy bastante segura de que yo tampoco lo habría hecho. En ese momento no estaba siendo racional. Y eso me preocupa. He aprendido por las malas a pensar muy bien las cosas antes de hacerlas, pero estar con Liam supone tomar una mala decisión tras otra. Y eso se tiene que acabar.

Además, ayer se portó como un gilipollas conmigo.

Nunca tendría que haber accedido a llevarlo hasta Londres en primer lugar.

Queriendo pensar en otra cosa, voy al baño para darme una ducha. Después llamaré a mamá e intentaré convencerla de que vuelva a casa. Mientras el agua se calienta, me desnudo y me miro al espejo. Se me forma un nudo en la garganta. Nunca pensé que diría esto, porque antes solía tener muy buena autoestima, pero doy asco. Estoy pálida y apagada. Demacrada. No soporto verme durante más tiempo, así que me meto en la bañera.

Me lavo el pelo y el cuerpo a contrarreloj. También la cara, para quitarme así los restos de maquillaje. El agua caliente cae sobre mis hombros de forma violenta, pero no bajo la temperatura. Aunque duele, no me muevo. Solo me quedo mirando al frente y dejo que me queme. ¿Qué más da lo que haga a estas alturas? La única persona a la que le importo soy yo misma, y no pienso reclamarme nada.

Lo único que me hace salir es que sé que, como tarde mucho más, se dispararán las facturas.

Tras envolverme en una toalla, me desenredo el pelo y me lo dejo secar al aire; lo llevo corto a la altura de los hombros y no tardará mucho. Cuando abro la cómoda de mi cuarto para coger un pijama, veo de refilón la camiseta de Liam y se me forma un nudo en el estomago. Me la llevé de su casa sin querer y la tengo ahí desde entonces. Sé que huele a él y que es mucho más cómoda y caliente que la mía, pero cierro el cajón sin tocarla.

Hasta que nos quedemos sin estrellas |  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora