Capítulo 1

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Lena


Son las 6 de la tarde, por lo menos eso es lo que dice el reloj. Es la hora favorita de varias personas, linda hora para salir y mirar el cielo cambiar de color, pasando desde el rojo fuego hasta volverse azul marino. Recuerdo esos detalles, esos que las personas normalmente no toman en cuenta en su día a día porque tienen otras cosas que hacer. Quizás el cielo se vea diferente, pero sigue siendo enorme. Aunque sea este es el único que permanece, el único que no me miente.


Pero ya ha pasado tiempo desde que no me dejan salir de aquí.

- Estamos para ayudarte - me dicen todos los días.


¿Cómo pueden llamar a esto ayuda cuando en realidad lo que necesito es traer todo mi mundo de vuelta? ¿Quién lo va a hacer? ¿Acaso alguien entiende como me siento? De repente, todo lo que tenía se desvaneció entre mis dedos, como si fuera agua e incluso como si fuera aire. Por lo menos el agua y el aire se sienten, pero yo no supe como pasó y si sigo aquí no lo sabré nunca.


¿A mi cerebro de un día para el otro se le ocurrió hacerme una mala jugada? Incluso me parece gracioso, pero es esa la explicación que me dan.

- Nada de lo que crees es real - me dicen una y otra vez.


¡Ya cállense todos! Aunque nadie me cree, yo sé que esto no me lo he inventado, ¿Es que acaso puedes inventar todo lo que amas?

Ellos lo único que saben de mí es mi nombre y eso no les da la suficiente información para sentirse dueños de mí, de mis decisiones e incluso de mi realidad.


No confío en nadie. ¿Y si ellos son los que borraron todo lo importante de mi cabeza?


Camila se acerca a mí tomándome del brazo


- Lena, apresúrate, que tengo que asegurarme de que todos aquí cumplan los horarios.- Puedo sola – digo retirando bruscamente mi mano.


Camino delante de ella para que no tenga que dirigirme a donde cotidianamente tengo que ir. El mismo lugar y, claro, la misma hora.


Mientras camino, pienso en como llegué aquí.


***


Sara me encontró en el campo cuando corría desesperada buscando a mi familia. De lejos la  miré, una señora de unos 50 años que se acercó a mí rápidamente como cuando una madre ve en peligro a sus hijos. No es que la odie, pero cuando me trajo en su auto a la ciudad prometió ayudarme, o eso es lo que supuse que haría.


El auto frenó de golpe en lo que parecía una bella casa de ladrillo blanca, realmente grande. Parecía que ahí vivía mucha gente, ya que noté que algunas cabezas salían a mirar cuando llegamos. Bajó ella primero y me pidió que esperara un momento. Después de casi media hora, regresó con una sonrisa en su rostro; incluso me la transmitió a mí y en verdad creía que me estaba ayudando. Me pidió que me bajara del auto para hablar con varias personas de esa casa. No entendía qué estaba pasando, pero confié en ella.


Me hicieron varias preguntas y las contesté todas de la manera más sincera posible. Después de varios minutos, me encontraba confundida porque había varias personas en esa oficina tomando apuntes de todo lo que decía.

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