Capítulo 25

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Dedicado a Bluesauce123

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Dedicado a Bluesauce123

***

Hana casi podía escuchar los latidos de su corazón. Sus manos temblaban sin control y su pecho subía y bajaba violentamente. ¿Qué diablos había hecho?

Tadashi estaba inconsciente en el suelo y un charco de sangre se formaba bajo él. ¿Lo había matado? ¿Acaso había sido capaz de quitarle la vida a alguien? 

Ella no era una asesina. No lo era.

No había sido su intención. Él la había acorralado. Las lágrimas rodaron por su rostro solo de pensarlo, pero era incapaz de moverse.

«Tienes que huir —se dijo—. Tienes que irte».

Nadie podía saber que había sido ella. Su vida estaría acabada. Con mucha dificultad, lanzó el arma de vuelta a su bolsa y caminó alrededor del cuerpo sin pisar la sangre. Sus piernas temblaban, pero tenía que correr lejos de allí.

La salida de los callejones le parecía cada vez más lejana. No obstante, logró llegar a la calle. Afuera los autos seguían pasando y la gente iba con rapidez hacia sus hogares. Todos la miraban como si supieran lo que había hecho. Un escalofrío recorrió su cuerpo.

«No —pensó con desesperación—. No lo saben, tienes que calmarte».

Era su estado, parecía una demente. Respiró profundo e intentó controlarse. Necesitaba un teléfono con urgencia, así que caminó con rapidez hasta encontrar una cabina. Sus dedos no dejaban de sacudirse mientras marcaba el número de urgencias.

—H-hay un chico herido —soltó sin pausa—. Está herido en un callejón, u-un ladrón le disparó. Tienen que darse prisa.

Casi no lograba comprender lo que le decían al otro lado, pero logró dar la dirección. Luego colgó, se recostó en la cabina y cerró los ojos por un par de minutos. Tenía que estar soñando.

Los toques en el cristal de alguien que también necesitaba llamar la hicieron volver a la realidad. Salió de allí y comenzó a caminar sin rumbo por la ciudad. Ni siquiera supo cuándo llegó al puente más alto que había en toda la zona. Apoyó la cabeza y el lado derecho del cuerpo en una de las vigas de la baranda, casi sin fuerzas para mantenerse en pie.

A su espalda pasaban los autos a una alta velocidad. Y bajo ella se extendía el río, que parecía un abismo capaz de engullir cualquier cosa que en él cayera —o a cualquiera—. Comenzó a llorar sin consuelo. ¿Cómo había hecho algo así? 

—Lo siento —susurró—. Lo siento tanto...

¿Qué ocurriría si realmente lo había matado y alguien llegaba a saberlo? Estaría acabada y probablemente también implicaría a Barnes. Él le había dado el arma, después de todo. Esperaba que no estuviese registrada a su nombre. Todo su plan de vengar a su familia estaría acabado. Le habría fallado a Barnes y a su padre.

Y, sobre todo, se habría convertido en una asesina.

«Yo no soy una asesina...», se repetía, intentando convencerse. No obstante, su parte racional le gritaba que debía hacer algo al respecto. Tenía que encubrir lo que acababa de hacer. 

Introdujo la mano en el bolso y sacó el arma. Casi podía sentir el momento exacto en que había tirado del gatillo. Sus sollozos se intensificaron al recordarlo. ¿Cómo podía ser tan idiota? 

Lanzó la pistola lo más lejos que pudo, con la esperanza de que con ella se perdiera la prueba de lo que había hecho. Aunque la culpabilidad seguía ahí. Estuvo casi dos horas observando las oscuras aguas, y luego volvió caminando al hotel. 

Esa noche no pudo dormir ni un instante, pero tampoco se atrevió a llamar a Barnes para contarle lo que había pasado. Pensó mucho en su madre. Recordó las veces en que se había sentido igual de desolada y Corine la había abrazado y habían dormido juntas. Esos momentos se sentían tan lejanos que parecían de una vida pasada. Por primera vez, se cuestionó realmente si todo lo que estaba haciendo valía la pena y quiso correr hacia su vieja casa. Pero eso no era posible; había tomado una decisión y debía vivir con las consecuencias.

Al amanecer consideró no ir a trabajar, pero eso sería más sospechoso aún que su apariencia enfermiza. Tenía que hacerlo, aunque cada paso que la acercaba a la empresa le parecía más difícil que el anterior. Apenas llegó, notó la tensión en el ambiente. Todos sabían que le había ocurrido algo a Tadashi. 

Deseó con todas sus fuerzas que estuviera vivo aún y estuvo a punto de preguntar, pero el grito de Haru al teléfono se escuchó en todo el piso:

—¡Ese no es mi maldito problema! —Su voz sonaba frenética—. Anoche casi matan a mi primo y aún no han comenzado una investigación para encontrar al jodido criminal que lo asaltó. ¡Lo quiero pudriéndose en la cárcel cuanto antes! ¡Muévase de una vez!

El impacto del teléfono al ser colgado fue audible y todos volvieron a lo que hacían —o intentaban hacer—. Hana sintió tanto alivio que necesitó sentarse de inmediato. Sus plegarias habían sido escuchadas: no era una asesina. No obstante, su celebración tendría que esperar. Louisa, la secretaria de Haru, caminó con paso apurado hacia ella.

—Señorita Hana —le dijo en un tono que denotaba su nerviosismo—. Es el señor Haru. Dice que se presente en su oficina cuanto antes.

—¿D-dijo para qué me necesita?

—No, señorita, solo dijo que es con carácter urgente.

Hana asintió y suspiró profundo. Había solo una cosa de la que estaba segura: Haru no la quería para darle buenas noticias.

 Había solo una cosa de la que estaba segura: Haru no la quería para darle buenas noticias

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La flor del ocaso © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora