Capítulo 30

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Dedicado a KettyIsabellaMedinaC

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Dedicado a KettyIsabellaMedinaC

***

El pecoso chico se revolvió en el asiento una vez más. Casi todo su cuerpo temblaba y no se atrevía a mirarlo directamente. Haru estaba perdiendo la paciencia con ese imbécil.

—Tictac, Tommy —dijo en un tono amenazador—. El tiempo se está agotando para ti.

—P-pero no puedo hacer eso que me pide... —respondió el chico con voz temblorosa—. N-no hay forma...

Haru cruzó sus brazos y se recostó en la silla sin dejar de atravesar a su joven acompañante con la mirada. Nunca le había gustado intimidar gente, pero en ese caso le resultaba imprescindible. Sin embargo, estaba a punto de llevarlo todo un paso más adelante. Ese idiota lo había tenido más de diez minutos sentado en una de las mesas de juego del casino y aún no se decidía a hacer lo que él necesitaba.

—¿Es acaso que quieres más dinero, Tommy?

—N-no, señor —respondió el chico a la vez que negaba con la cabeza y abría enormemente los ojos—. La cantidad que me ofreció está perfecta, pero yo no tengo acceso a ese tipo de información sin importar cuanto me pague. Juro que no puedo.

—Comprendo... —dijo Haru y suspiró profundo. Era hora de llegar al extremo que tanto había evitado. Introdujo la mano en uno de los bolsillos de su traje, sacó una pequeña foto estrujada y se la pasó con lentitud al chico. Era una chica de rizos dorados entrando a una pintoresca vivienda con bolsas de compra. El rubio palideció al verla—. Me pregunto qué pensaría tu hermana Delia si llegara a saber que estás rechazando esa enorme suma de dinero...

—D-delia es una buena chica... —dijo Tommy con voz suplicante—. E-ella no tiene nada que ver con esto.

Haru asintió y se levantó. Rodeó la mesa de póker y puso una mano sobre el hombro del chico.

—Eso lo decides tú, Tommy —le susurró con frialdad—. Tienes dos días para poner esos documentos en mis manos.

Luego se dirigió hacia la salida del casino sin siquiera mirar hacia atrás. Aún le quedaba una visita por hacer ese día, y era quizás las más importante de todas.

Se subió a su auto y condujo directo hacia el restaurante donde mantenían oculta a Hana. No había sabido nada de ella desde la noche anterior, pero había dejado órdenes muy claras sobre los cuidados que debían tener con ella. No tenía muy claro cuál sería su próximo movimiento respecto a ella, ni siquiera sabía por qué le había mentido a Tadashi. Hana no merecía que él la protegiera en lo absoluto, eso lo tenía muy claro.

Apenas llegó, su amigo le contó que la chica se había resistido un poco, pero que había terminado por ceder. La habían alimentado y la habían acompañado al baño sin ningún contratiempo. Él agradeció la ayuda una vez más y bajó hasta la bodega.

—Regresaste... —dijo Hana y luego sonrió maliciosamente—. No puedes vivir sin mí, ¿no es cierto?

Haru observó, totalmente inexpresivo, la chispa de diversión que apareció en sus vibrantes ojos azules. Permanecía atada a la silla y tenía rastros de sangre seca en su mejilla derecha y en la comisura de sus labios. Unos mechones de su cabello oscuro cubrían parte de su sudada frente.

Sin embargo, no dejaba de ser inigualablemente hermosa y siniestra.

—Pues sí, regresé —respondió él, y se acercó hasta que solo un par de centímetros separaban los rostros de ambos y podía ver bien de cerca esos penetrantes ojos—. Pero solo lo hice porque quiero ser yo quien acabe personalmente contigo...

La chica soltó una sonora carcajada mientras él la observó en silencio.

—Eso no va a ocurrir —sentenció ella—. Tú no me harás daño alguno.

—¿Ah, no? —Ese fue su turno de sonreír irónicamente—. Eres la hija del peor enemigo de mi familia y te infiltraste entre nosotros solo para derribarnos... Ahora dime, Hana Sakura, dame una única razón para dejarte con vida.

—Créeme, tengo una muy buena razón.

—¿Y qué razón es esa? ¿Me vas a decir que sientes algo por mí y que cambiaste de parecer sobre destruirnos?

—No —dijo ella, sin borrar la diversión de su rostro—. Me dejarás con vida porque estoy embarazada. Si me matas, matarás también a tu hijo: el próximo miembro de la familia Miyasawa.

—¿Qué? —preguntó con incredulidad.

Eso era lo único que jamás había imaginado escuchar.

Eso era lo único que jamás había imaginado escuchar

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La flor del ocaso © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora