Baapi - Ella ríe

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Estaba aturdida. Las lágrimas, que habían caído a su plena disposición, sin permiso, estaban secas sobre las mejillas, al igual que el rastro de las grietas formadas durante las épocas de sequía en las lamentables tierras que el gobierno había concedido a las tribus tras el fin de la guerra. Honovi, su voz, había sonado cercano, real, y estuve a punto de confundirle con Nahuel, quien me apartó de la hoguera, sujetándome por los hombros para que le mirase.

—Señorita Waaseyaa —fui regresando a la realidad—, señorita Waaseyaa.

Me miré las palmas de las manos: estaban enrojecidas por el contacto por el fuego. Eran quemaduras superficiales, mas la yagas no tardarían en salir.

—¿Qué debo hacer? —susurré.

Madre no se había movido, fija en el hueco que yo había abandonado para ponerme en pie, pero Zaltana disimulaba a duras penas su asombro.

—Honovi está en una celda, lo tienen encerrado en un calabozo —balbuceé, apartándome. No podía estar quieta. Me temblaban las piernas—. Va a ser una ejecución pública. Un sicomoro..., un..., un sicomoro... Van a...

—¡Señorita Waaseyaa! —Nahuel me agarró antes de que perdiera el equilibrio.

—¡Van a quemarlo vivo! —regresaron las lágrimas.

—Waaseyaa, hermana, escúchame. Escúchame con mucha atención —hizo a un lado al hurón, acorralándome—. Hay momentos en la vida de una que significan un antes y un después, decisiones que marcan por completo el rumbo de la existencia y que, por desgracia, deben tomarse sin dilación porque, si hubiera opción de meditarlas, nadie tendría el valor de comprometerse con ellas. Este es uno de esos momentos. Sin embargo, no es el primero al que te enfrentas, ni puede que sea el más difícil. Escúchame —me inmovilizó el rostro por los mofletes raquíticos—. No hay tiempo para llorar a los condenados. No hay tiempo, Waaseyaa. Él morirá libre y los que morimos libres no tenemos nada que demostrar. Podía haberse ganado una vida más larga, como otros jefes han hecho, pero eligió luchar. Luchar en silencio, hasta el final, y su muerte, aunque sea en silencio, se oirá en las entrañas de la tierra durante siglos y, cuando esta tierra recupere la razón, Honovi cantará mientras los demás callan en vergüenza.

Rompí a llorar, falta de él, de sus enseñanzas, de su abrazo, y Zaltana me acarició el lado derecho de la cara.

—Honovi está orgulloso de sus decisiones. Tus lágrimas deshonran su libertad. No está más vivo el que respira, ni proclama verdad el que más grita, ¿no es cierto, Nahuel?

No me importó refugiarme en los brazos de aquel hombre en el momento en que me rodeó con ellos. Estaba tan nerviosa y confundida que era irrelevante fingir.

—Ni es más libre el que carece de barrotes —completó él, apretándome contra su pecho.

—Madre es la única que puede ayudarte con las visiones —volvió al asunto importante, seca.

La anciana, ajena al conflicto, rezaba en cánticos imperceptibles.

—Me preocupa que...

—Sé lo que te preocupa, Nahuel. Tus reservas son comprensibles. Guardaremos el secreto hasta que lo consideremos oportuno. No es que sea difícil ocultarlo, la cuestión es que, si los cinco se erigen en igualdad de condiciones, los cinco deberán de ser conocedores de noticias de este calibre. La muerte de Honovi, que me temo que llegará pronto, no puede ser ocultada a los altos cargos deliberadamente. Una vez muerto él, todos se preguntarán quién será el próximo buscador. Inola sería el candidato lógico. ¿De veras es honrado que los demás sean engañados?

Waaseyaa (III): Despierta en llamasWhere stories live. Discover now