Niimi'idiwin - Una danza

706 119 94
                                    

—Esto servirá —me tendió Wenonah un par de prendas limpias—. Vayamos a Powiaet antes de que nos llamen para comer.

No me había recuperado del susto. Las ávidas pupilas de Namid estaban hincadas en mi subconsciente. Un mísero detalle, por pequeño que fuera, enturbiaba la paz por la que me había esforzado tanto.

—Vamos, date prisa.

Powiaet era el nombre del lago situado a una caminata de cierta extensión del poblado. Nacido de la desembocadura de las cascadas talladas en elevada piedra montañosa, solía ser frecuentado de cuando en cuando para juegos o baños.

—Podremos asearnos en tranquilidad.

Cargadas con la ropa y algunos aceites, partimos. La erótica escena que habíamos interrumpido todavía continuaba siendo la comidilla de la conversación. Severo como era Ishkode, nos resultaba gracioso que lo primero que hubiera hecho nada más finalizar su plática sobre asuntos de vida o muerte, fuera acudir a la tienda de Métisse para, sin demasiada resistencia por su parte, tirarla sobre las pieles.

—Estaría muerto de ganas por verla.

De pronto, me percaté de que estábamos hablando como si tuviéramos envidia de ellos.

—Ojalá hubiera hombres con más arranque en este campamento. Todos me miran con cara de susto y no se atreven a acercarse.

"Tenemos envidia de que Ishkode sea tan directo con sus apetencias", articulé, entre risas. Ambas éramos mujeres pasionales, a las que les gustaba tomar la iniciativa, pero, al mismo tiempo, apreciaban ser seducidas. A causa de la violación, me era prácticamente imposible considerar las relaciones íntimas de manera positiva si tenían que ver conmigo —a diferencia de Wenonah, quien estaba en la flor del descubrimiento de las pasiones—, sin embargo, conservaba el listado con el que todas las féminas evaluaban a los pretendientes, es decir, las cualidades que anhelábamos en ellos. A pesar de mis experiencias, el arrojo era un de ellas e Ishkode la había ejemplificado a la perfección.

—Dibikad se te acerca.

—¿Dibikad? ¿En serio? —agrió el gesto—. Una planta me atraería más que Dibikad.

—No seas exagerada —me reí—. Es bien parecido.

—¿Dibikad?

—Eso es porque no te has fijado. Estás más pendiente de pegarle. Tiene los rasgos elegantes. Me gustan sus labios. Y buena planta.

—Sí que te has fijado.

—Una no se vuelve ciega —repuse, divertida—. Dibikad no está entre mis planes de conquista, tranquila. Eso no quita que preste atención. Creo que es un joven guapo, más que algunos del poblado.

—Acabas de llegar. Hay algunos guerreros que son mucho más guapos que Dibikad. Y más agradables.

Opté por no insistir, ya que no estaba del todo segura de que mis sospechas sobre un posible futuro entre ambos fueran acertadas, y ella prosiguió fantaseando.

—Un hombre seguro de sí mismo... ¿Dónde estáis?

—No estás en edad de pensar en tales cosas. Los hombres solo traen problemas.

—¿Y lo dices tú? ¿Quién tonteaba con mi hermano a los catorce años?

—¡Yo no tonteaba! —me escandalicé—. Era demasiado inocente.

—Sí, claro. Estabais coqueteando todo el día.

—Eso no es cierto —me reí—. Tú eras pequeña para...

—Le llamaban "suspiritos". Sí, suspiritos. Porque se tiraba todo el día suspirando como un enamorado. Se metían bastante con él. Ya sabes cómo eran de críos.
»Yo me enteraba de todo, nishiime. El problema de Namid siempre ha sido que es tímido y no lo parece.

Waaseyaa (III): Despierta en llamasWhere stories live. Discover now