Omisad - Su vientre

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La asamblea fue un completo caos en el que, para mi decepción, Wanageeska no participó de forma activa: estuvo sentada, mascullando sus oraciones y palpándose los colgantes de plumas blancas que le colgaban del cuello. Todos estábamos alterados: unos pedían la lucha inmediata, la curación milagrosa por parte del Espíritu Blanco, otros la defensa de los poblados que habían dejado atrás para esconderse en las montañas, la liberación de Honovi..., era una retahíla interminable de peticiones, sugerencias, acusaciones y réplicas. Superada por la situación, Zaltana terminó por pedir una reunión privada con los cinco para ordenar los asuntos de mayor importancia e ir tratándolos uno a uno y después exponerlos en asamblea pública para su votación.

—Espero que Nahuel sepa cómo manejar esto —resopló Ishkode, caminando con Namid y conmigo, rumbo a los tipis.

Busqué a Wenonah con la mirada, pero había sido tal el alboroto que la salida de la muchedumbre que había ocupado el tipi fue caótica, por orden de cercanía a la salida, lo que provocó que nosotros tres y los otros mandos fuéramos los últimos en abandonarlo y encontrarla, una tarea inútil. Las gentes todavía iban de aquí para allá, nerviosas, comentando lo ocurrido, y costaba abrirse paso.

—Nahuel apoyará a Inola —comenté, un poco agobiada.

—De lo que menos me preocuparía sería de eso —desenterró su adquirida tendencia al mutismo Namid, observando las inmediaciones del asentamiento—. ¿Os habéis fijado en lo alborotados que están los guerreros? Fijaos.

Cuchicheaban por las esquinas, desconfiados.

—Sobre todo los iroqueses.

—Es nombrar a McGregor y se ponen como unas víboras —volvió a resoplar.

—Sí, pero no es solo por eso. Y no son solo ellos. También los nuestros. Todos. Fijaos. Están descontentos. Dentro de un mes maquinarán en la sombra. Fijaos bien.

Namid tenía razón: las grietas eran sutiles, mas estaban ahí. Recordé el ataque propinado hacia Inola y las caras conformes con él. Era peligrosamente sencillo manipular a un ejército, pero era más sencillo resquebrajarlo por un pésimo liderazgo.

—Wanageeska debe intervenir. Y pronto.

—Respeto a los espíritus, pero los espíritus no intervienen en los errores de los mortales. Estáis depositando demasiada confianza en supersticiones.

Estaba escuchándoles con atención cuando divisé a Onawa llamándome a lo lejos. Debía de ser urgente. Apartando con cuidado a algunos hombres, llegó hasta nosotros. Namid e Ishkode se callaron de golpe, escépticos.

—Te necesito. Solo será un momento —habló en voz baja, casi a modo de disculpa por interrumpirnos.

—¿Qué ocurre? —fruncí el ceño.

—Solo será un momento.

—Espero que sea importante, curandera —la amonestó Ishkode.

Yo sabía que lo era y me dispuse a seguirla. Ella no le respondió, conteniéndose. Descubrí a Namid mirándola con curiosidad. Era de las pocas personas que no le tenía miedo a su hermano.

—Acudiré a tu tienda en cuanto termine —me excusé, alejándome.

—Eso espero. Todavía tienes que enseñarme cómo partir narices. La de Ajay ha quedado perfecta.

Le sonreí, agradecida por su peculiar cumplido, y mi sonrisa, que rozó a Namid durante unas milésimas de segundo mientras les daba la espalda, le sobresaltó.

***

—¿Qué ocurre, Onawa? ¿Por qué no entramos?

—Baja la voz, no quiero que te oigan —me agarró de la mano.

Waaseyaa (III): Despierta en llamasWhere stories live. Discover now