VII

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Llevaban aproximadamente un mes dentro del palacio que resguardaba a la preciosa princesa y la respetable imagen paterna de todo aquel reino. Gwen trataba de mantener un margen, una línea transparente con la mujer que la vigilaba cada que podía o cada que se obligaba a hacerlo; no podía negar que ese hecho le incomodaba un poco, más que nada por el miedo a ser atrapadas en un instante donde los bajos instintos las dominara, pero agradecía tanto a la cautela de su princesa que ninguno de esos miedos ocurrieron, aunque eso no lo haría bajar la guardia a las miradas curiosas y envidiosas de otros empleados. Sabía que estaba debajo de la mira de todos y que por cualquier error que fuese cometido, ella tendría que saldar cuentas yéndose lo más pronto posible de ahí.

—¡Princesa! —exclamó la humilde trabajadora a un tono no tan elevado—, ¿Qué es lo que está haciendo? —preguntó en un susurro, tratando de zafarse del abrazo por la espalda que la alta le daba con fuerza. 

—Te extrañé, Gwendolyn —respondió sin rodeos, aferrando sus brazos alrededor del cuerpo de la baja, también apoyando su mentón sobre el hombro que hacía un encaje a la perfección con ella—. He extrañado tenerte entre mis brazos desde hace días.

—Y-Yo... —rindiéndose ante el deseo de fricción, relajó su cuerpo y se giró con calma aún dentro del abrazo, enderezándose en compañía de la princesa para devolverle y corresponderle gustosa al cálido y necesitado gesto—, yo también la he extrañado tanto... Tanto. 

—Detesto detener mis pasos desesperados que desean llevarme a ti. Me duele tener que morder mis labios cada vez que deseo robarte un beso de tus tiernos cerezos. Me cansa separar mi mirada de ti para no obligarme a ir hacia tu cuerpo y tomarte con tanta ternura y cuidado... —alejando su rostro de la posición adoptada, llevó sus manos hasta el rostro de la baja para tomarla con ternura bajo sus palmas, enlazando su mirada con la de ella—. Odio tantas cosas en este momento... Tantas cosas que me alejan solo de ti. 

—Es tan boba... —con vergüenza reflejada en sus tiernos pómulos, dio un pequeño golpe en el brazo de la menor, riendo torpemente—. La amo así... La amo tanto —tomando el primer paso, aventó sus labios a un beso prohibido y escondido en esa vacía y sucia habitación. 

Gwendolyn y Johanne se atrevieron a compartir un ósculo que solo causó un sentimiento puro y tan sincero, el único que podía resplandecer en todo ese palacio, salvando el lugar de ser uno de miseria en cuestión a sentimientos. Las mujeres se besaban con una confianza absoluta de no ser interrumpidas, demostrando todo ese amor que se juraban en cada carta anteriormente escrita; y que ahora ya no eran necesarias. No, porque ahora ellas estaban a escasos centímetros de una a la otra. 

—Princesa... —susurró Gwen con torpeza incluida, tratando de detener el beso al recordar lo que se hallaba haciendo minutos atrás—. Princesa... Tengo que... 

—Shh... —le respondió al mismo volumen, cediendo y apegando su frente a la contraria para reposar un instante, recuperando el aliento que había perdido en el anterior gesto encantador; que a pesar de haber perdido el aire, pudo sentir que su alma había regresado a ella—. Ya lo sé. Ya lo sé... Me tengo que ir. 

—Solo porque tengo que seguir con la limpieza, princesa —aclaró con rapidez, esperando que su menor no malinterpretara lo acontecido, fue por ello que sujetó con necesidad sus manos y las apegó a su pecho—. Si no fuera por esto, no habría detenido nuestro beso... Nuestro bello momento. 

Johanne sonrió con esa preciosa cualidad que solo ella tenía en dicho reino: Una sonrisa de medias lunas. Sus ojitos se hicieron de modo en los que solo dos medias lunas destacaban en compañía de las perlas que eran sus dientes. Un espectáculo más que hermoso para la humilde mujer, quién observaba embobada ello. 

reincarnationem | wenjoy au +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora