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En el ingreso de la reina Isabel al castillo, una sonrisa triunfante se adornó e iluminó en su delicado rostro; pues, en ella se sentaba una sensación de triunfo exquisito porque solo ella sabía cuánto había luchado para estar ahí en representación de un mísero pueblo que la servía ahora como su diosa. Ahora, con el solo tener a otros seres despreciables de rodillas, dando una reverencia a su persona, era una exquisita y satisfactoria sensación que a ella la excitaba a todo dar.

—Espero que se encuentren bien, queridos —habló con sutileza la delicada mujer, siguiendo con su camino hasta dirigirse a una de las salas conocidas por su persona para aguardar ahí en compañía del rey vecino. 

Johanne, por su parte, decidió no ser parte de tan cómico evento a su parecer. No deseaba ver a la mujer que descaradamente se trasladaba en su supuesto hogar, gozando de los beneficios que su posición actual le ofrecía; y más su descarado padre, que iba detrás de la mujer ignorando la presencia de su propia madre. Con una clara mueca de desagrado en su rostro, la princesa fue escaleras arriba, queriendo ir hacia su habitación pero fue cuando recordó la presencia cercana de su amada sirvienta, es así que queriendo relajarse con ayuda de ésta, sus pisadas la fueron dirigiendo hacia ella; solo que alguien más la ganó. 

—¡Gwendolyn! ¡Ven acá! —apareció el mayordomo real, corriendo por el apuro mismo y la desorganización que al parecer tenían ese día—. ¡Gwendolyn!

—¡No la estés gritando! —interrumpió Johanne en la búsqueda del hombre mayor, irritándose aún más con todo ello. 

El sujeto volteó para mirarla con una furia, ya estaba acumulando varias ráfagas de supuesto odio contra la descarada y burlona princesa. No estaba dispuesto a pasar una más por alto. 

—¿Qué ocurre? —salió Gwendolyn corriendo de la habitación que había estado aseando.

—Ven, tienes que ayudarme a servirle a nuestra reina invitada —dijo el mayor, acercándose a la joven sirvienta para quitarle el utensilio de limpieza.

—¿Disculpa? —Johanne se acercó a ese par, sujetando a su sirvienta de su muñeca para detenerla en el acto—. Te hago recordar que ella solo me sirve a mí, a nadie más. 

—El rey está pidiendo la presencia de ella, princesa —respondió el hombre, apretando sus dientes un poco entre cada palabra dicha—. No lo hago porque yo quiera, pero así como yo respeto las órdenes de nuestro rey; usted también debe de hacerlo. 

Enseñándole una mueca de superioridad en su rostro, Johanne soltó con cierta brusquedad la mano de su mayor, sorprendiendo a ésta. Gwendolyn vio apenada como su princesa se iba de ahí frustrada por haber perdido esa pequeña pelea, doliendo en sí su corazón por tener que separarse así de ella. 

Algo perdida entre sus pensamientos, acató lo que el mayordomo real seguía repitiendo, dirigiéndose a su habitación para cambiarse por prendas limpias y arreglarse un poco tras el polvo adquirido en aquel cuarto. Le tomó menos de treinta minutos para estar más presentable, así fue que se dirigió hasta el salón donde la reina Isabel aguardaba por los servicios de ésta en compañía del rey que reía con ella por algún comentario lanzado sin más. 

Gwendolyn con pena ingresó a la estancia, haciendo una reverencia para ambos personajes. El rey se levantó de su asiento y con la copa en mano, se acercó hasta la sirvienta. 

—Isabel, querida, quiero presentarte a la mujer que te servirá y atenderá en toda tu estancia con nosotros.

Rodeando los hombros de la fémina con supuesta confianza, causó que la sirvienta alzara su rostro para mirar a la reina en ese preciso instante. Isabel, permaneciendo sentada, observó con asombro las facciones de aquella plebeya, obteniendo un gran interés en ésta ante el atractivo que ella poseía. Impactada por la joven, se puso de pie sin duda alguna. 

reincarnationem | wenjoy au +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora