8.

122 8 8
                                    

Elsa estaba perdida en sus pensamientos, mirando la fogata del campamento que habían montado los vikingos y ella a las afueras de Arendelle. Habían tardado unos días en poder partir del bosque encantado, y otros tantos en llegar hasta allí, y la impaciencia le reconcomía por dentro.

—¿Todavía no te has acostado? —susurró Astrid, saliendo de su tienda de campaña.

Elsa se giró para contestar, pero la imagen de la vikinga vestida en camisón y con el pelo suelto y un poco revuelto, la dejó sin respiración. Desvió de nuevo la mirada hacia el fuego y respiró hondo antes de responder.

—S-Sí...

Astrid, descalza, fue dando pequeños saltitos sobre la nieve hasta ella.

—Vamos, hazme hueco que hace frío.

Sin esperar respuesta, cogió un extremo de la manta que Elsa tenía colocada por encima, la abrió y se acurrucó dentro, pegada a ella. El corazón de la arendelliana latía tan fuerte que, por un momento, tuvo miedo de que Astrid se diese cuenta.

—Pensaba que no tenías problemas con el frío...

—Es una vieja costumbre... —contestó Elsa—. Me reconforta.

Ambas se quedaron en silencio durante un momento, mirando al fuego.

—Mañana es el gran día —dijo la vikinga en voz baja.

—Sí...

—¿Ansiosa? ¿Preocupada?

—No exactamente...

—Estás poco habladora esta noche.

—Sí... Es sólo que me está costando concentrarme —contestó con sinceridad.

—Es normal. Mañana nos vamos a meter de lleno en la boca del lobo, pero lo mejor es no pensar mucho y dejarse llevar. No tiene sentido preocuparse de más: no arregla nada y lo único que hace es agotar tus energías antes de tiempo.

Elsa se quedó en silencio, meditando. Astrid, en cambio, levantó la mirada hacia el cielo.

—Guau... —susurró con admiración—. Creo que nunca me llegaré a acostumbrar a la inmensidad del cielo. ¡Fíjate cuántas estrellas!

Elsa levantó la mirada y vio aquel cielo nocturno que tan bien conocía y que, por alguna razón, aquella noche le resultaba más bonito que de costumbre.

—Mi pueblo suele decir que, cuando morimos, nace una estrella en el firmamento —susurró la arendelliana—. Sé que es una tontería, pero cuando murieron mis padres, pasé mucho tiempo buscándoles en el cielo y acabé convencida de que eran aquellas dos de allí.

Sacó su brazo de la manta para señalar un par de estrellas muy juntas y que parecían latir a un mismo son.

—No es ninguna tontería —contestó Astrid—. Entre nuestra gente hay quien cree que las estrellas son el reflejo del valhalla, mostrándonos los escudos brillantes de todos aquellos valerosos guerreros que se han ganado su entrada al salón del gran Odín.

—Parece algo importante.

—Es a lo que todo vikingo aspira.

—Esperemos entonces que tarde mucho en llegar ese día para nosotros...

Astrid se giró y leyó la preocupación en los ojos de Elsa.

—No te preocupes. Todo saldrá bien mañana —le susurró, y después juntó su frente con la suya.

Al verse reflejada en aquellos ojos tan azules como los suyos, Elsa comprendió.

No sabía si era por la inminencia de una posible muerte, por la emoción de comprenderse a sí misma al fin o por el brillo del fuego sobre la piel de la vikinga, pero algo en su interior le pedía que se dejase llevar por el momento. La arendelliana, recordando las palabras de Honeymaren, hizo caso a sus instintos. Subió una mano, la colocó sobre la mejilla de Astrid y, lentamente, se acercó a ella y besó sus labios. Estaban fríos y agrietados, pero aún así eran cálidos, suaves y reconfortantes. Olía a lavanda.

Un cambio en la respiración de Astrid la devolvió a la realidad y, presa del pánico, se levantó de golpe.

—Creo que será mejor que me vaya a dormir —murmuró Elsa torpemente—. Buenas noches.

Y se metió en su tienda de campaña tan deprisa que no dio tiempo a la vikinga a decir ni una palabra más.

Astrid se tapó con la manta, haciéndose un ovillo, y se quedó en silencio un buen rato, absorta en el vaivén de las llamas.

* * *

—Elsa me besó anoche.

La vikinga decidió que lo mejor era arrancarse la tirita cuanto antes, de modo que le soltó esto a Hipo a la mañana siguiente, sin más, mientras éste todavía estaba vistiéndose.

—Eh... ¿qué?

—Estábamos hablando tranquilamente y, de pronto, me besó.

—Oh, vaya... Es decir, lo entiendo y eso, eres maravillosa y es normal que llames tanto la atención, pero no esperaba que a Elsa le gustasen las mujeres.

—¿Eso es todo? ¿No estás enfadado?

—No... me molesta un poco, no te lo voy a negar, pero confío en ti. Sé que no me traicionarías.

Astrid desvió la mirada, sintiéndose culpable.

—¿O es que hay algo de lo que debería preocuparme? —dijo el joven, leyendo la mirada de su mujer.

—No... creo.

—¿Crees?

—¡No lo sé, Hipo! Es decir, te quiero, de eso no tengo ninguna duda, pero... también me gustó el beso. No sé qué significa y ahora mismo estoy hecha un lío.

Hipo se sentó, procesando aquellas palabras.

—Ya sabes lo que siento por ti, Astrid— dijo tras suspirar—, y sabes todo lo que puedo y no puedo ofrecerte. Yo quiero estar contigo y que pasemos el resto de nuestras vidas juntos, pero esto sólo tiene sentido si tú también lo quieres. Tómate el tiempo que necesites, medítalo bien, y aceptaré tu decisión... sea la que sea.

Dicho esto, Hipo salió de la tienda, y Astrid se quedó sorprendida una vez más de cuán diferente llegaba a ser aquel hombre del resto. Cualquier otro vikingo hubiese montado en cólera y hubiese salido de la tienda dispuesto a destripar a Elsa. Y aquello le alegró, por saber que tenía a su lado al vikingo más maravilloso de todos, y a la vez hizo que se sintiese aún más culpable y miserable.

Necesitaba aclararse cuanto antes.

Luna de miel a la vikingaWhere stories live. Discover now