Capítulo 3

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A cuatro meses de entrar a trabajar con los Russo, me siento decepcionada por no encontrarme con el dueño. Supongo que el destino solo planeo un solo encuentro entre ambos y el suficiente para que me contrataran.

Las posibilidades de volver a verlo eran pocas, pues yo trabaja en el Astillero y me habían informado que el solo llegaba allí, cuando probaban un crucero.

Algo así, como una en un millón. Pues si bien, llegaba a ese lugar, no solía hablar con los arquitectos y menos bajar a las tumbas, como le decían al sitio de mi trabajo. No ha sido fácil trabajar en ese lugar, un terreno machista en donde yo era la única mujer, hacerme a un puesto y ser respeta se convirtió en un martirio.

Imagino que mantenerse lejos de todos, se debía a lo que la prensa murmuraba. Su matrimonio estaba a puertas de divorcio, su esposa se había ido del país, luego de una acalorada discusión.

El bullying de la secundaria era un cuento de niños, en este lugar, los canticos sobre mi obesidad o mi pie fueron reemplazados por solicitarme levantar un peso superior al mio. Llantas en lugares de trabajo del tamaño de mi estatura, maquillaje esparcidos, etc.

En conclusión, no era la más popular en ese lugar.

—¡Parissi!

Grita una voz hace eco en el oscuro lugar, que solo es iluminada por la llama del soplete que tengo en mis manos y con el que estoy dando los últimos acabados de las paredes del viejo yate que me han puesto a arreglar. Por qué sí, para ellos soy solo una chiquilla jugando a ser cosas de hombres. Apago el objeto levanto la máscara y miro a los hombres que se acercan a mí.

Es el jefe de esa aérea y dos más, digamos que los más decentes, no quería que me trataran con guantes de seda, solo que como un colega más y tres rayas de respeto.

Sin tanto hielo, por favor.

—¿Qué se les ofrece? —pregunto quitándome del todo la máscara y dejándola a un costado.

Mientras acomodo mi cabello detrás de la oreja y ellos ven ese acto como algo divertido porque se miran entre si y se carcajean.

—¡Acompáñanos! —murmuran al tiempo y los sigo.

—Nos han traído una máquina y todos hemos dado nuestra teoría —habla el jefe de todos —queremos que nos des la tuya.

La alerta se instala en todo mi cuerpo, camino por lugares oscuros y terrenos que antes no he transitado. Les doy la oportunidad de ser ellos quienes avancen, mientras yo me mantengo detrás a alejada de ellos. Después de una traición o un ataque, jamás bajas la guardia, puedes llegar a vivir con ese acto, pero no olvidarlo.

El angosto pasillo da paso a un espacio enorme taller de unos 500 metros cuadrados, en mitad de lo cual suspendido por una cadena de un tamaño considerable esta un motor. Mis compañeros están sentados alrededor del motor y murmuran entre sí, discuten acaloradamente con cinco hombres que en pie lucen indignados.

—Es este —dicen señalando el motor —¿Qué crees que fue el motivo por el cual se hundió? ¿Dónde estuvo la falla?

Me acerco con pasos lentos y todos guardan silencio, a un costado del lugar está una figura que no alcanzo a reconocer, pero que, a juzgar por su traje costoso, me dice que uno de los Russo. Lo primero que puedo decir es que es un motor nuevo, no hay fallas de ninguna clase.

—¿Lo demás? —pregunto y todos ríen. Giro hacia el tipo que parece a papa Noel, por la panza y me mira serio —no es mi campo —corrijo —pero sé que a un experto le será difícil dar un veredicto si no está completo y si no ven lo demás del Yate.

Eclipse de AmorWhere stories live. Discover now