Capítulo Trece.

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Era posible que aquella mañana fuera la más encantadora que había tenido desde hace muchísimo tiempo. Todos decidieron hacer una pequeña acampada en el jardín para jugar palamallo, un pasatiempo extraño pero entretenido ante los ojos de Florence. Ella se colocó a la izquierda de Anastasia que blandía su mazo de izquierda a derecha con impaciencia, pues Laura era una jugadora indecisa y tardada en calibrar el impacto de sus bolas. Su esposo, Robert, miraba divertido como su mujer parecía molestarse por no encontrar una posición adecuada. Era su partida, pero si querían jugar todos antes de que el sol se ocultara, sería difícil.

Ana la miró con el fastidio plasmado en su rostro y acarició su cabello para que se calmara. Si abría la boca, corrían el riesgo de que Laura se pusiera a llorar con lo sensible que el embarazo la tenía. A veces estaba de un humor de infiernos, como ayer que solo hubo que verle el la mirada para dar media vuelta, y hoy que la más mínima brisa la hacía entristecer.

Florence pudo ver que Robert ya sospechaba. El hombre no era un tonto y aunque trataban lo mejor posible de ocultarlo entre las dos, era irracional tratar de encubrir algo que tarde o temprano sería evidente ante todos.

Desvío la vista para evitar pensar en ello, en los asientos, Debonnie se removía incomoda en su asiento debido a que utilizaba un corsé. Esa fue una sorpresa para todos que desde la cena donde se presentó con aquél bello vestido, había seguido usando más prendas acordes a su posición. A Florence le daba un poco de pena verla tan impotente por el hecho de vestir de una forma que no le hacía sentir segura, una vez llegaron a verla usar pantalones, eso fue causa de apoplejía para su madre que no dejaba de repetir lo indecoroso que fue, incluso Ana quisó imitarla, pero su madre puso un alto a esas ideas que según sus palabras eran antinaturales.

Le dejó su mazo a Anastasia y llegó a su lado, Bonn le sonrió, sin embargo era la sonrisa más falsa que pudo haber visto en ella.

—¿Todo en orden?

—Te diría que si pero si te tomaste la molestia de venir, supongo que mi cara lo dice todo—Florence rió, encantada de ver que al menos seguía teniendo una respuesta divertida.

—Si no te sientes cómoda, ¿Por qué usas esos vestidos y el corsé?

—Es complicado Florence, fue un trato entre Joseph y yo.

—Me parece absurdo poner en juego tu comodidad o tu estilo de vida, ¿Qué puede ser tan importante como para que hagas lo que tú consideras un sacrificio?—en realidad era complicado de entender para ella.

Debonnie venía de visita muy seguido, quizá no tanto a Aberdeen pero sí lo suficiente para darse cuenta que su forma de ser era poco convencional. Ella tenía otras costumbres arraigadas que por respeto y cariño jamás cuestionaron, con el tiempo se hizo más fácil y dejó de ser raro verla ser ella misma. No obstante, ahora Joseph estaba aquí y ella decidía hacer tratos con lo que protegió por años; su libertad.

—Oh, Florence, mi dulce Florence, ésto no es un sacrificio, es una muestra a mi hermano de que estoy dispuesta a poner de mi parte—Bonn aspiró fuertemente y cerró los ojos cuando el vestido se ciñó sobre su pecho—. El tiempo lo volvió desconfiado, necesito probarle que puede contar conmigo.

—No se ve tan devastado.

—Jamás va a mostrarlo, nos juramos mutuamente que yo sería la imagen de la hija que nuestros siempre desearon y él...—guardó silencio, sopesando sus palabras—. Evitaría ciertos hábitos.

—¿Y tú crees que es más sencillo para Joseph?

—No lo creo. Ha vivido solo mucho tiempo, me temo. No está acostumbrado a rendirle cuentas a nadie o a decepcionar a los demás—bajó la cabeza, haciendo nudos con los listones del vestido—. Aún espero que se rinda y se marche.

Salvar un corazón W2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora