Capítulo Cuatro.

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Cuando eran niños, a Florence siempre le gustó la manera en la que su hermano manejaba las cosas. La hacía sentir querida y protegida, de alguna manera Benjamin siempre tuvo una manera única de demostrar que las amaba, y era sacrificando parte de su infancia para preservar las de sus hermanas. Ella le estaba enormemente agradecida porque aunque no evitó todos los duros golpes de la vida, pudo haber sido peor. Nunca fue una niña fuerte, a su padre solía molestarle su actitud tímida, despreciaba la debilidad que siempre vio en ella y era esa una de las razones por las que la mayor parte del tiempo la ignoraba. Solo cuando montaba le daba migajas de su aprobación.

Ahora sentía como en la parte de su corazón había un hueco de desconfianza cada que veía a su hermano. Su admiración se debilitaba con cada trato desconsiderado y le dolía haber perdido una batalla que nunca aceptó luchar.

Estaban en la biblioteca, solos él y ella como tanto había añorado estar desde hace días para aclarar las cosas y pedirle desde el fondo de su corazón disculpas nuevamente. Sin embargo las razones eran distintas y amargas, ni siquiera podía ser capaz de prestarle atención a sus palabras cuando su mente seguía perdida en el hecho de que estaba comprometida, iba a casarse y no tenía ni idea de quién era ese hombre.

Cerró los ojos, evocando un pasado que alguna vez fue la oportunidad más grande de su vida. El día en el que se comprometió con un marqués de Córdoba, un acaudalado noble de España que parecía haberse empeñado en la idea de casarse con ella. Era un hombre un poco mayor pero siempre fue un caballero respetuoso, la trataba con propiedad y le había prometido respeto en su vida marital. Tenía dieciséis años, era abrumador tener a un hombre de tal índole e importancia prometiendo el sol y la luna, trató de ver lo positivo, pero simplemente no pudo corresponder el ardor y la adoración que ese hombre le profesaba.

Y entonces Norman apareció, fue suficiente para hacerle ver que aún pudiendo haber tenido todo, le habría faltado el amor.

O lo que ella creía había sido amor.

Ese último pensamiento trajo una nube de negrura sobre su alma. No quería casarse, no así, entendía que su vida estaba arruinada pero sentía una reticencia que no creyó conveniente. Benjamin les hizo una promesa a todas sus hermanas de permitirles elegir al hombre con el que llegarían al altar, siempre y cuando él constatara que eran personas decentes.
No era para nada gratificante sentirse de tal manera, tan desprovista de opciones. Pero nuevamente recordó su actitud y sus palabras. Solo había un solo camino y el del marqués de Aberdeen.

Para él, ella ya no tenía opinión.

De alguna manera Benjamin creía que ese matrimonio era la mejor manera de resguardarla de los rumores y los dedos acusadores, incluso salvaguardaría la imagen y reputación de sus hermanitas.
Si había hecho todo ésto, era por su bien, no podía contradecir una decisión tan importante cuando ya había tenido oportunidad de construir su futuro.

Una oportunidad que desaprovechó enormemente. Dios, si tan solo las cosas hubieran sido diferentes.

Si hubiera aceptado ese matrimonio, estaría casada, en una posición acomodada y a lado de un hombre que la veneraba. ¿Cómo había terminado en las garras de un infeliz que sólo buscaba aprovecharse?
Su hermano tenía razón, ya no había otra opción aquí.

—¿Estás escuchandome?—parecía molesto, pero no pensaba mentir.

—No en realidad.

Bajó la cabeza, apenada y colocó sus manos sobre su regazo para evitar moverse nerviosamente. Sobre su cabeza escuchó un ruido exasperado.

—Deja ese espectáculo de niña dolida y pon atención Florence, de esto depende tu futuro—le advirtió y ella asintió sin ánimos—. El Conde de Derby es un conocido mío de la Universidad, es un buen hombre, también necesita una esposa con urgencia y está dispuesto a aceptarte aunque no seas... Virtuosa.

Salvar un corazón W2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora