Capítulo Veintiocho.

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Florence estaba sentada en su cama con las velas encendidas y un libro apoyado en sus muslos del cuál no había pasado de la página dieciséis en horas. Cada que tenía oportunidad, miraba el reloj encima de la chimenea de la habitación que le habían asignado, la cuál era bastante pequeña, pero muy perfectamente aseada y ordenada.
Suspiró al ver que pronto serían las tres de la madrugada, sabía muy bien que en las fiestas de los pueblos era común amanecer aún con la fiesta activa, pero ella esperaba que Lilian regresara a casa temprano, de esa manera ella sabría que Joseph también se había ido a descansar.

Cerró el libro dado que ya ni siquiera recordaba de que iba la trama de mismo, caminó por la habitación hasta donde se encontraba su arcón y sacó la caja de madera con el catalejo. Había retrasado tanto la entrega de ese regalo, que a estas alturas, a dos meses de su cumpleaños ya parecía un poco extraño dárselo.

Cerró el mueble y se acercó a las llamas del hogar, agregó dos leños más y con el atizador los movió para que prendieran con facilidad.

Tomó alguno de los cojines de los asientos y los lanzó al suelo para sentarse frente al fuego. Estaba demasiado alterada, no podía dormir de tan solo pensar en las posibilidades de esa fiesta, quizá si debió haber asistido. Astrid le sugirió no hacerlo debido a que la delataba su mirada y la nana de Lilian, es decir la señora Hargreaves, era una mujer astuta y entrometida que seguramente no tardaría en darse cuenta de sus sentimientos por Joseph.

Decidió que fingir un malestar era la mejor opción, pero ahora solo tenía ganas de ir incluso, así como estaba en bata y verificar porque estaban tardando tanto. Estaba siendo injusta, no podía evitarlo, ese hombre se convirtió rápidamente en una de sus razones para sonreír. Cuando estaba a su lado sus esperanzas crecían y sentía que era posible volver a confiar en alguien, volver a creer en el amor.

No obstante, ya lo hacía. Aún tenía dudas y temores, su corazón seguía sanado las heridas hechas por ese sinvergüenza. Quería creer, quería confiar en que él no sería así. Conocía a Joseph, o al menos lo hizo alguna vez, su instinto le decía que debía darle una oportunidad. Y ella no era tan fuerte como para detener sus sentimientos.

Unos sonidos detrás de la puerta la distrajeron, era voces amortiguadas y pisadas muy fuertes. Hubo silencio por un segundo antes de que el ruido comenzara a acercarse en su dirección. Inmediatamente se levantó del suelo y se metió debajo de las sábanas. Escuchó como la entrada de la habitación rechinaba un poco y la cabeza de Lilian se asomó un poco para verificarla.

—¿Estás despierta?

Florence se incorporó y asintió.

Lilian entró despacio y cerró la puerta tras de sí con sumo cuidado. Después, se dirigió hasta la parte final de la cama y tomó asiento.

—¿Cómo les fue? —preguntó lo más casual que pudo.

—Pues... creo que fue la primera vez que bebí tanto en mi vida —dijo entre risas.

Florence levantó ambas cejas al comprobar que, efectivamente, la señorita Kingsley olía mucho a alcohol. Más concreto a vino concentrado.

—¿Joseph bebió?

—¿Joseph? —Lilian se llevó una mano a la cabeza y después abrió los ojos, como si recién si recién se diera cuenta de algo—. ¡El señor Gallagher! Olvidé que ese era su nombre, Joseph... suena bonito, así le pondré a algún cachorro que adopte.

Florence no daba crédito al espectáculo que estaba montando. ¡Ella realmente estaba ebria!

—Debiste ver a mi nana —prosiguió la joven riendo—. Fue fantástico verla tan molesta, dice que se lo dirá a mi padre.

Salvar un corazón W2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora