Capítulo Treinta.

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Cuando llegó a casa, lo hizo aún con las emociones revueltas debido a que ese fin de semana había sido por lejos uno de los mejores momentos de su vida. Compararlo con otros encuentros era un desperdicio dado que nada lo satisfizo más que haber compartido intimidad con Florence. No se refería sólo a lo físico, el hecho de que existiera la confianza para poder hablar del pasado, para que entre ambos hubiera una comunicación prácticamente instantánea, fue realmente algo más sublime de lo que su mente le pudo haber hecho imaginar.

Si dejaba de lado el hecho de que él y su padre habían pasado a convertirse en la punta de mira para quedarse con el título, quizá habría estado más feliz de que anhelaba. Además, aún estaba impotente y enojado porque alguien como ella tuviera que atravesar algo tan ruin como lo era una traición de la persona a la que amabas. Nunca fue un ángel con las personas, llegó a pelear más de una vez aquí o allá por desacuerdos, pero al menos podía jactarse de tener honor al actuar. Cuando se enredaba con alguna fémina, era en la plena conciencia por parte de ambos de que todo acabaría al día siguiente, e incluso si era algo consecutivo, jamás útilizó ninguna clase de treta para llevarlas a la cama.

Le asqueaba el hecho de que existieran cobardes dispuestos a jugar con la pureza de los sentimientos, robaban más de lo que merecían y dejaban un rastro de dolor y caos tras de sí tan grande, que era imposible repararlo en años.

Y después estaba el hecho de que ni siquiera fue un momento que pudiera pasar desapercibido. Ese maldito hijo de perra abusó de ella, utilizó su ciega confianza para someterla. A Joseph le hubiera importado un comino si hubieran sido dos, cinco o diez, las que hubieran sido, pero que al menos Florence se hubiera sentido cómoda y segura. Juraba por Dios que iba a buscar a ese bastardo y le demostraría lo patético y poco hombre que era.

Aspiró fuertemente antes de llevarse una mano al cuello y estirarse todo lo medianamente posible. Le dolía demasiado la espalda por haber cabalgando y sentía cierto ardor en los ojos por el polvo del camino, además de que no haber dormido le estaba empezando a cobrar cuentas.
Una cosa era pasar la noche con una mujer y dormir a su lado y otra muy distinta era huir en la madrugada para evitarse problemas... aunque ya había pasado antes.

Se quitó los guantes de ambas manos y subió las escaleras. Mediante se acercaba a su habitación, escuchó que la voz de su padre provenía de la habitación de Debonnie, su tono fue bastante alterado, por lo que dudó en si debía intervenir.

Hasta ese momento se percató de que en realidad la casa estaba muy silenciosa, usualmente se escuchaba la risa de Anastasia o las acaloradas conversaciones de su madre con Constance Whitemore, algún que otro día podían escuchar el piano o el violín por parte de Prudence por toda la casa, pero esa tarde, incluso sus pensamientos tenían eco.
Cansado y un tanto arrepentido de su decisión, se acercó a la puerta de la habitación y tocó suavemente con los nudillos.

Todo volvió a quedar en silencio e impaciente, volvió a golpear la madera suavemente.

—Solo quiero saber si todo está bien, soy Joseph.

Diez, quince, veinte segundos pasaron. Finalmente la puerta se abrió mostrando la figura recta de su padre, sus ojos parecían cansados y algo tristes. Por lo que se preocupó de inmediato.

—¿Bonnie está bien?

—No, no lo está.

—¡Papá, basta!

Joseph dio un paso con la intención de entrar, pero su padre se interpuso.

—Le recomiendo que no me prohíba ver a mi hermana.

—¿Ahora te interesa tu familia, muchacho?

—Papá déjalo entrar.

Después de una larga batalla de voluntades, su padre se hizo a un lado, Bonnie estaba sentada sobre su cama, envuelta en una manta que parecía enorme sobre su cuerpo. Tenía el cabello despeinado y una marca rojiza en la mejilla, comenzaba a tornarse como moretón. Ahora entendía un poco mejor la furia en los ojos de su padre, era la misma que estaba sintiendo él.

Salvar un corazón W2Where stories live. Discover now