Capitulo 13

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¿Habéis intentado alguna vez organizar una fiesta sorpresa para alguien? Resulta imposible que termine siendo una sorpresa porque, tarde o temprano, la persona lo
averigua.

Alguien se lo dice, o descubre alguna prueba, o se da cuenta de que todo el
mundo actúa de un modo extraño.

Luego está la forma despreocupada en que tienes que librarte de él durante un rato para poder montar la maldita fiesta. Le dices que vaya a hacer algo con alguien, que ya te reunirás con ellos más tarde.

Ahora prueba de hacerlo con un niño que padece problemas de abandono, que se os pega como una lapa cada minuto del día.

Y por su cumpleaños.

Dicho esto, el Tyson quedó completamente sorprendido.
Habíamos celebrado fiestas de cumpleaños para él los últimos dos años, pero este año, por alguna razón, se me había metido en la cabeza que quería hacer algo gordo.

Me había pasado cuatro meses ahorrando para asegurarme de conseguir todo lo que necesitaba. Incluso contraté a un mago para que viniera a hacer trucos de magia. (Ya
lo sé. Estáis pensando en qué diferencia hay entre eso y traer a un payaso. Pues bien, un mago no lleva la cara pintada ni te provoca pesadillas.)

Decoramos la casa entera de Niko hasta que daba la impresión de que habíamos robado todo el contenido de la tienda de material para fiestas. Era un poco excesivo, sobre todo cuando me di cuenta de que habíamos agotado los diez rollos de serpentinas que había comprado.

Y se sumó el hecho de que se presentaron casi todos los alumnos del curso de Ty. Había casi un centenar de personas en la casa cuando Airam llamó para anunciarme que venían más. Había indicado a todo el mundo que aparcara en una iglesia situada calle abajo.

Aquel aparcamiento nunca había estado tan lleno, ni siquiera los domingos. Reuní a todos en el vestíbulo y la salita de la casa. Me planté delante de ellos, intentando conseguir que se callara todo el mundo, y vi a Joaquin con su sonrisa torcida, observando cómo trataba de silenciar a cuarenta críos.

Me aseguré de que nadie miraba y le mostré el dedo del medio. Él soltó una risita.

«¿Así que hablarás con él?», me había preguntado Niko unos días después de la conversación en mi casa.

«¿No puede esperar hasta después de la maldita fiesta?»

«Sí, pero procura que sea pronto, ¿vale? Me estoy hartando de Otter el
deprimido.»

«¿De veras crees que servirá de algo?»
«Creo que sí. Y creo que también tú lo necesitas.»

«¿Qué quieres decir?», había preguntado, algo molesto.

«Puede que seas el único al que Joaquin haga caso, pero sé a ciencia cierta que él es el único al que tú haces caso.»

No le había pedido que se explicara.
Y allí me tenéis, agitando los brazos con frenesí, preguntándome por qué diablos había considerado oportuno invitar a tantos niños y absolutamente convencido de que
uno de ellos había descubierto el pastel.

Oí a Airam y al Tyson enfilando el camino de entrada hacia la puerta.

Oí a Ty sermoneando a Airam sobre algo y eché a correr en busca de un sitio en el que agacharme. Mientras lo hacía, una mano salió, agarró la mía y me derribó. Joaquin casi me hizo caer en su regazo.

—¡Uf! —gruñí.
—Lo siento —dijo, sin parecer para nada arrepentido.

No me soltó el brazo, y solo tuve dos segundos para preguntarme cómo se habían vuelto tan grandes sus manos cuando la puerta se abrió y la casa estalló en gritos y algarabía.

Dos hombres y un niño [Emiliaco] Libro 1Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt