Capítulo 32

504 68 29
                                    

En que Emilio y el Tyson conspiran y hacen planes (y escriben poemas malos)

-

—¿Qué voy a hacer? —gimo entre mis manos—. Es como si pudiera ver que soy
f

ranco y sincero en todo, pero no reconociera a esa persona. Y me temo que si no puedo hacerlo, Joaquin se sentirá frustrado y se irá. ¿Cómo diablos me he metido en esta situación?

Estoy sentado en el sofá de mi casa dos días después del fiasco que resultó el
regreso al hogar de Niko. He estado dándome de tortas durante las últimas cuarenta y ocho horas, reproduciendo la expresión en la cara de Joaquin una y otra vez hasta que ya no puedo soportar verla.

Así que, naturalmente, justo cuando creo que lo he superado, vuelve a aparecerse dentro de mi cabeza, y sus ojos muestran algo que no es posible expresar con palabras.

La culpabilidad ha estado royéndome por dentro. No duermo ni como. No puedo funcionar a un nivel cotidiano normal como debería. Me he pasado los dos últimos días envuelto en una bruma impregnada de Joaquin y, a menos que consiga algún alivio temporal, voy a volverme loco. No le he visto desde que me llevé a Ty a casa esa noche. Hemos hablado por teléfono, pero estos dos días he tenido que trabajar hasta tarde y no se me ha presentado ninguna oportunidad de arrojarme a sus pies y pedirle perdón.

No se me escapa lo que parezco, podéis creerme. No me he comportado nunca antes así, ni siquiera con Airam. Con ella, si alguna vez cometía una estupidez y se enfadaba conmigo, siempre sabía que me lo perdonaría. Solo tenía que dejarle su espacio, y finalmente me llamaba, al día siguiente o al cabo de una semana.

Así es como funcionábamos.

Pero ahora, con Joaquin, solo han transcurrido dos días y hemos mantenido una breve conversación en la que no se ha dicho nada importante, y estoy que me subo por las paredes. Me siento patético.

La cara que corresponde al oído hacia el que me inclino se recuesta en su silla, con
las piernecitas colgando sobre el borde sin tocar el suelo. Ty se pone una mano debajo
de la barbilla y se rasca la mandíbula con aire pensativo. Puedo ver que está
pensando, concibiendo algo, y no puedo evitar sentir un resquicio de esperanza
abriéndose en mi interior.

Esa sensación es extinguida de inmediato por la idea de que estoy esperando que mi hermanito de nueve años resuelva la crisis de mi recién descubierta sexualidad y mi… novio, por el que aparentemente suspiro como si tuviera doce años. Bueno, cuando menos sé que soy patético.

—Así que hemos decidido que aún no estás preparado para decírselo a la gente —
señala el Chico prosaicamente—. Y no sabemos cuándo estarás preparado, ¿verdad?

Asiento con la cabeza.

—Y sabemos que Joaquin te prometió que se adaptaría a tus condiciones (por injusto
que sea eso), y que respetaría tu decisión de no revelar a nadie lo vuestro, ¿verdad?

Asiento de nuevo, pasando por alto su comentario.

—De modo que crees que Joaquin está furioso contigo porque tuviste la oportunidad de decir algo y no lo hiciste. Y tú estás furioso con Joaquín porque crees que te está empujando hacia ese algo aunque te prometió que no lo haría. Pero, al mismo tiempo, eres respetuoso con la situación en que le has puesto porque él no ha tenido que ocultar quién es ni con quién está durante años, y te das cuenta de que eso le agobia.

Dos hombres y un niño [Emiliaco] Libro 1Onde histórias criam vida. Descubra agora