25. E m i l y

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Narrador: Emily Lee John

Un cielo despejado con nubes grandes y esponjosas, casi me podía sentir en ellas cuando mi papá me tomaba por la cintura y me elevaba sobre el aire, haciéndome volar como un pajarito, para tocar las enormes nubes.

—    Quiero vivir ahí — declaré.

—    Algún día iremos, te lo prometo, mientras ¡Debemos preparar el viaje! — respondió enternecido.

Tomándome de nuevo en sus brazos me alzó por los cielos; todos los recuerdos de mi infancia son dorados, tienen olor a los limoneros que crecían en el jardín, a la cálida brisa de verano y las lluvias primaverales.

Papá era comerciante, por lo que seguido salía de viaje, y cuando regresaba lo hacía con todo tipo de regalos, telas de la india, chocolates suizos, hierbas del medio oriente. Mamá estaba encantada con todo lo que el traía, lo amaba de verdad y él a ella, pero yo era su favorita,  el siempre guardaba algo especial para mi en el bolsillo de su chaqueta a veces era una perlita del mar, una muñeca rusa o unos tes de esencias, todo, absolutamente todo lo había guardado en una caja de galletas vacía.

Era mi cumpleaños decimotercero, estaba lloviendo terriblemente y ya era tarde, pero aún así estaba recargada en la ventana junto a la entrada, esperando a que el volviera, pero...no lo hizo. Lo único que llego fue una nota de defunción al día siguiente.

Desde entonces no recuerdo más días soleados, no lloré, quería hacerlo, quería sacar un dolor inmenso y profundo acumulado en mi pecho, pero no podía, no entendía nada, ¿Por qué lo había hecho? O es que ¿acaso me había abandonado? ¿Por qué dios haría algo así?

Los estruendosos llantos de mi madre que se escuchaban del otro lado de la habitación. A menudo la encontraba recostada en la cama con una botella de licor, a veces me sentaba a su lado y me bebía el resto de la botella, y al fin podía llorar, aprovechaba esos momentos de debilidad para llorar por todo, si me guardaba todo, esos eran los momentos en los que podía desahogarme, y eventualmente tuve que aceptar que había perdido a ambos.

A los meses mi abuela materna vino a visitarnos, y se horrorizo al ver las condiciones en las que estábamos. Vivimos un tiempo con ella, después las tres nos mudamos a una hermosa casa de campo que mi padre nos había heredado, tenía un hermoso jardín y...limoneros. Todos los días me encargaba de cuidarlos con sumo cuidado, las cosas iban mejor, el dolor ahora solo eran bellos recuerdos y el cielo azul me recordaba a el.


Hasta que cumplí dieciséis, y con la fortuna de herencia que había dejado mi padre, mi madre me mando a aquel terrible internado a las afueras de Londres. Era un lugar totalmente depresivo, el cielo estaba nublado la mayoría del tiempo, los pasillos recordaban a un castillo abandonado, y por la noche mas bien a una prisión.

No todo era malo, conocí a mi primera amiga, Olivia, sumamente inteligente aunque ningún chico la veía más allá de sexo, y ninguna chica la bajaba de zorra. Nos entendimos rápidamente, fue un factor importante para superar mi duelo, visitaba conmigo a mi madre, y poco a poco me alento a salir adelante.

Pero había algo mucho más inquietante, y no era Olivia, precisamente; Anthony White Anderson, era el único chico que podía con Olivia, no le interesaba tener que "compartir" por decirlo así, era novio de Olivia, precisamente, porque no le importaba que ella estuviera con otros, mientras ella estuviera para el, llevaban una relación abierta, intensa y pasional. Tal vez ella nunca lo admitiría, pero yo sabía que él era el único chico por el que sentía una conexión más intensa, casi como si lo amará. Y es por eso que todos aquellos encuentros aún me seguían pesando como traición.

Inocencia perdida (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora