1. El inicio del final

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Canterbury, Inglaterra, Internado cátolico St. judes 1968

    Es un día nublado a las afueras de Londres, un mercedes Benz negro rueda sobre la carretera recién bañada por la lluvia, las gotas chocan lentamente contra el cristal de mi ventana, las veo venir y desaparecer sobre mi reflejo en el cristal, piel pálida, casi puedo ver las venas azuladas y verdosas que rodean mis ojos oscuros, vacíos como cuencas, mi pálido rostro contrasta con mi cabello negro que cae en bucles perfectamente acomodados sobre mis hombros, esa mañana mi madre se había encargado de peinarlos delicadamente. Parezco muerta, pero un muerto que lo han obligado a volver a la vida, porque lo han peinado, perfumado y acicalado, como una estatua de cera. La carretera se abre en medio de un bosque frondoso, a penas visible por la neblina mañanera que empaña el camino.

Una hora después del mismo paisaje, finalmente llegamos a nuestro destino, desde mi asiento en el auto puedo ver el enorme complejo frente a mi. Louis, el chofer baja del auto y me quedo dentro mientras baja todas las maletas. Vuelvo a echar un vistazo a la fachada, es realmente enorme, con altos muros de piedra y un ambiente sombrío; finalmente Louis abre la puerta y deslizo mi guante de seda sobre su mano para bajarme. Mi madre había reservado su amado traje de seda negro para mi, con una falda entubada y el detalle de las perlas en el cuello, creía que mi llegada a la escuela donde ella se había criado era un momento especial y ameritaba un buen conjunto, que, a mi, mas bien, me parecía lúgubre.

Camino junto a Louis por el largo pasillo de piedra que conecta el patio con el complejo principal, a los costados de el, hay dos edificios de arquitectura clásica inglesa, uno es el de las chicas u otro el de los hombres, a mi alrededor solo hay césped finamente cortado, húmedo por la reciente lluvia.

Al final del camino una mujer alta y delgada de mediana edad con un pesado vestido de tela negra, un velo y una cruz de plata colgada del pecho nos espera. Tras un breve intercambio de palabras y una despedida con mi chofer, el se va y Judy, o mas bien la madre Judy, como se presenta, con frías palabras, me dirige al interior del complejo que solo es más inmenso por dentro con vitrales entre los muros de piedra representando escenas bíblicas y candelabros viejos de acero del techo. La sigo en completo silencio, parece una mujer sobria, su piel envejecida se pega a su estructura osea remarcando sus pómulos altos, y ninguna de sus lineas de expresión hacen algún ademan de sonrisa.

Subimos unas gruesas escaleras hasta entrar en un pasillo lleno de habitaciones.

- Habitación 145, ahora mismo estas en los dormitorios de chicas, por este mismo pasillo podrás llegar al complejo principal,  a las 9:30 es la cena, y hoy a las 7 en punto es la ceremonia de bienvenida en la que les explicaremos todo y podrán conocer las instalaciones.

– Gracias.

Creo que no me oye o simplemente me ignora porque se da la vuelta y regresa por donde hemos llegado, me quedo enfrente de la puerta, toco un par de veces pero no hay ni una respuesta, asi que entro empujando la puerta de madera, dentro hay dos chicas sobre la cama hablando animadamente, una de ellas tiene el cabello rubio naturalmente ondulado, desenfadado, como cuando dejas que el viento te lo peine,  luce una sonrisa natural, la otra tiene el cabello rojizo, y el rostro salpicado de pecas, en cuanto me ven se quedan en silencio y me examinan de arriba a abajo, su mirada acusadora me deja incomoda, y sin saber muy bien que hacer. Ambas llevan el uniforme del colegio, pero no de la manera mas... apropiada. Finalmente siguen con su conversación, la pelirroja le susurra algo que no alcanzo a escuchar a la otra y deja la habitación.

– ¿Nuevo ingreso? – pregunta la rubia.

– Si... – susurro.

– Olivia, suerte, la vas a necesitar.

Inocencia perdida (+18)Onde histórias criam vida. Descubra agora