21. No te dejaré ir.

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When you're fallen, you're crashing
When your fire, is turned to ashes
When you're screaming,
your heart is bleeding
When your feeling,
like there's no reason

When you're all alone, and it's cold and there's no one to hold
When you're feeling lost and there's nowhere, there's nowhere to go
When you're feeling sad don't forget you can reach for my hand
When you're feeling numb just remember
I won't let you go.

Won't let you go,  Avril Lavigne

ANNABETH

Annabeth estaba preocupada por Percy.

Con cada una de sus prácticas para mejorar el control de sus poderes sobre el tiempo, se notaba más sobrecargado.

La expresión reflejada en sus ojos le recordaban las aguas turbias en una tormenta marina. Su postura tensa y a la vez algo encorvada delataban un agotamiento disimulado. Pero lo más inquietante, era la aura roja que muchas veces parecía rodearlo. Incluso después de los entrenamientos.

Esa aura le provocaba escalofríos en los huesos y un sabor metálico en la boca. Daba un pésimo presentimiento y a la vez le parecía tan familiar...

¿Qué significaba exactamente? Sentía que tenía la respuesta en la punta de la lengua y no podía terminar de descifrarla. O tal vez no quería.

Las piezas de este rompecabezas luchaban por acomodarse. Tenía armado una parte del esquema, lo más importante; pero las piezas que faltaban, por más pequeñas que fueran, eran de vital importancia.

Tenía una teoría planteada, pero le daba miedo siquiera pensar en ella como una posibilidad. No le agradaba en absoluto y sabía que si le daba las vueltas, aquella se convertiría en la mejor opción y quien sabía si en la verdad final.

—¿Annabeth? —La voz de Percy la sacó de sus pensamientos—. ¿En qué piensas?

Ella lo miró. Tenía formada en su rostro esa pícara sonrisa ladeada que tanto le gustaba, pero su expresión era una máscara para ocultar lo que realmente sentía.

Si lo analizabas profundamente podías notar cansancio y debilidad. También, por la casi imperceptible inclinación negativa de sus cejas y el disimulo de tensión sobre sus hombros, la tristeza y la culpabilidad que sentía al preocupar a los demás; junto con las ganas de proteger y esconder.

Annabeth lo conocía tan bien como a ella misma, quien sabía si hasta mejor. Sólo con el hecho de adentrarse en sus ojos, podía descifrar todos y cada uno de sus pensamientos y emociones.

Y eso no sólo se debía a que ahora ambos eran dioses o a su excelente capacidad para leer a las personas. Ellos tenían una conexión especial que se fortalecía con el pasar de los días.

Decidió ser directa.

—¿Qué ocultas Percy? —preguntó con una de sus características miradas—. ¿Cuál es exactamente el problema que tienes para desarrollar tus poderes?

La máscara de Percy explotó. Miró al suelo y suspiró con pesadez rindiéndose en sus intentos de aparentar.

Después de algunos segundos levantó la mirada. Con un movimiento rápido, agarró su mano y ambos se convirtieron en vapor de agua.

Aparecieron sobre la planta alta del Empire State Building. El último piso conocido por la gente mortal.

Annabeth miró hacia arriba, donde la niebla hacía su mejor trabajo para ocultar el Olimpo. Ella como buena mestiza y diosa podía apreciar tanto el palacio como la cima del monte a varios metros sobre su cabeza.

La venganza del abismo Where stories live. Discover now