33. ¡Gracias a la Cabaña de Hécate!

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I remember the days
New beginnings on an open page
With something to prove,
and nothing to lose,
not a soul to betray

Here I am on my own
Living a dream that I can't hold.
On top of the world,
trying to feel invincible

Top of the world, Greek Fire.

SUSAN

Unas horas después del almuerzo, Susan se alejó de la cabaña de Afrodita y caminó sin rumbo fijo por el campamento.

—¡Hey Susan! —gritó Clarisse desde la arena de entrenamiento— ¿Vienes a practicar?

Susan levantó la mirada para sonreír levemente y negar con la cabeza. Luego volvió a posarla en el suelo y siguió su camino. Una parte de ella se preguntaba si a los hijos de Ares les hacía mal practicar inmediatamente después de comer. Todos lucían tan sudorosos y agitados, que probablemente llevaban horas allí.

Clarisse la quedó mirando extrañada al momento que le pegaba un puñetazo en la cabeza de uno de sus hermanos.

—¿Y a ésta que mosco le picó?

Susan ignoró el comentario, que llegó a los oídos de todos los que se encontraban cerca. Sabía que no era la intención de Clarisse tener una voz tan potente, ni ser tan tosca con sus palabras.

El viento sopló en su dirección y se estremeció. De repente, su chaqueta de cuero no le pareció tan calentita. La falda que había escogido hacía que sus piernas de congelaran.

La mañana se alzaba triste, con un sol poco abastecedor y nubes en diversas tonalidades de gris esparcidas por un cielo también grisáceo. Al menos no nevaba ni llovía.

Susan caminó hasta situarse frente a la enfermería y entró.

Los hijos de Apolo aún estaban algo ajetreados por los heridos que había dejado la batalla de la noche pasada, pero los habían salvado a todos.

Will lucía agotado, con su mandil de médico manchado de gotas que bien podrían ser café o sangre. Estaba conversando con la líder de la cabaña de Hécate, Lou Ellen, mientras ambos realizaban gestos hacia unos chicos dormidos y amarrados. Toda la cabaña de Hécate estaba allí. Susan decidió no interferir ni preguntar.

Se acercó a una de las camillas más alejadas, que estaba tapada por una cortina celeste. Uno de los chicos de Apolo le sonrió y le abrió la cortina con cuidado.

—Él esta dormido pero se encuentra estable. Sus quemaduras están evolucionando rápido gracias a nuestros poderes. Puedes pasar.

Susan sonrió aliviada, sintiendo que se quitaba el peso de un hierro ardiente de su garganta.

La noche anterior no quiso turbar a los médicos con sus angustia, así que optó por volver a su cabaña y esperar noticias hasta hoy.

Asintió esbozando una pequeña sonrisa, entró en el pequeño espacio y el campista volvió a cerrar la cortina.

Alabaster tenía vendajes en varias partes de su cuerpo y las porciones de piel visible estaban rojas y cubiertas de cicatrices. Sus ojos permanecían cerrados, pero respiraba con tranquilidad, inhalando el aire por su nariz y exhalándolo por su boca entreabierta.

Susan suspiró y tomó asiento en la única silla que se encontraba cerca.

Tomó su mano con cuidado de no despertarlo y sonrió. Al menos estaba vivo. Podía sentir su pulso contra la piel de su muñeca. Toda la preocupación que había acumulado desde la noche pasada fue drenándose de su cuerpo, reemplazada por alivio.

La venganza del abismo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora