2. Los coreanos no traen subtítulos

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Los ojos de la chica seguían a su pequeña mochila con todas sus pertenencias.

—¡Uh, como da vueltas! —exclamó emocionada.

Sus dos amigas la miraron con cansancio. Llevaba ya un extenso rato así.

—Isabella, deja de mirar la cinta transportadora y termina de recoger tu maleta —le indicó Lana.

—Ah, cierto. Perdón me distraí un poquito —respondió Isabella riendo.

Se colgó la mochila a la espalda y las tres juntas se dirigieron a la salida del aeropuerto.

A medio camino una mujer chocó con Ilenia.

Disculpe —le dijo en coreano.

Ilenia se quedó un poco confundida al no entender el idioma. Solo atinó a imitar su inclinación, bastante avergonzada.

—Lana, ayuda —suplicó a su amiga sacudiendo su hombro—. A estos coreanos se les apagaron los subtítulos.

Isa y Lana la miraron con incredulidad. Luego las tres rieron juntas.

—No te preocupes, Ilenia. En seguida los programamos de nuevo —aseguró Isabella en broma.

Volvieron a reír.

—Tienen que aprender coreano —aseguró Lana negando con la cabeza.

—Tú ya sabes —la señaló Ilenia—. ¿Nos podrías enseñar?

—Yo sé algo —Isa alzó la mano en el aire—. Annionghaseyo.

Lana hizo una mueca tratando de no reírse en su cara.

—Lo pronunciaste super mal, pero al menos es algo —concedió.

—¡Sí! —celebró Isabella su victoria.

Ilenia se apoyó en la maleta azul marino de Lana, tomada prestada de su tía que solía viajar a Europa.

—Yo tengo hambre. ¿Ustedes no? —le preguntó a sus compañeras.

—Un montón. Podría comerme una guagua llena de comida —expuso Isabella también recostándose al equipaje de plástico, rayado por tanto uso.

En el avión no quisieron comer nada. Desde Cuba les tenían dicho que no era bueno, que la comida de la aerolínea hacía mal a la digestión.

—Podemos ir a comprar una merienda o algo de comer —aseguró Lana. Luego hizo una pequeña mueca—. Pero antes, permítanme decirles algo.

Alzó la mano y señaló la maleta con su índice.

—Esa cosa es más vieja que El Morro. Si siguen recostándose a ella me la van a terminar rompiendo. Así que por favor, paz para la maleta.

Ambas se separaron y alzaron las manos en el aire.

—No te preocupes, está sana y salva —dijo Ilenia—. ¿Verdad señora maleta?

Una rueda se safó y rodó unos metros. Ilenia miró a Lana implorando su perdón.

—No te preocupes, ya veré como la arreglo. Ah, no. Espérate que ahora tengo dinero —Lana lo analizó unos instantes—. Me puedo comprar otra. Olviden todo lo que dije.

Luego, se dirigieron a una cafetería del mismo aeropuerto. Les salía más caro, pero el hambre lo compensaba. El hambre es como ese “por si las moscas” que dice mucha gente cuando guarda sus ahorros.

—¿En serio? ¿Jugo de manzana? —inquirió Ilenia alzando una ceja.

Lana suspiró con pesadez.

—Es un juguito de manzana —reiteró Isabella mostrando su cajita de cartón como producto de comercial norteamericano—. ¿Cuándo ves tú manzanas en Cuba?. Aparte, es juguito de afuera, de Corea. No desprecies al juguito de manzana que se deprime.

Lana asintió con la cabeza. Luego negó y poco después volvió a asentir. Sus amigas la miraron raro, parecía un ventilador descompuesto.

—Debo repasar el vocabulario de comida en coreano, definitivamente —se dijo Lana a sí misma.

Un par de horas más tarde, arribaron en un taxi a un barrio al norte de Seúl.

Desde Cuba habían tenido contacto con una señora, tía de la madre de la sobrina del primo de una vecina de Isabella. Mediante internet, habían concretado los detalles para el alquiler de una vivienda. Ese día la conexión estaba malísima, por cierto.

Lana se encargó de concretar los detalles del contrato, por ser la única que entendía el idioma. Deberían vivir en la casa por al menos unos cinco meses, como una de las cláusulas. Todas estuvieron de acuerdo. Sus planes eran pasar un año sabático en Seúl antes de ingresar a una universidad.

—Gracias, señora. Es usted muy amable —se despidió Lana después de haber terminado todo lo respectivo a los trámites.

—Oh, por nada. Y ya saben, cualquier cosa que necesiten estoy en la casa de al frente.

Las chicas se despidieron de la mujer de avanzada edad con la mano. Finalmente entraron en lo que sería su nuevo hogar. Sólo para ellas.

En sus más imaginativos sueños habían deseado poder vivir juntas. Hablar sin preocuparse de la hora y de volver a casa. Ahora era real.

Durante la semana siguiente, las tres se dedicaron a aprender coreano. Para sobrevivir en un país extranjero era necesario saber la lengua que se hablaba en él. El inglés solo servía en las zonas turísticas.

Con la pobre y desesperada Lana tratando de enseñarles e Ilenia como niña majadera del aula. Para colmo Isa se distraía con todo. Sin duda, sería una misión que costaría trabajo.

Deseemosle suerte a la maestra no graduada, pero sí certificada en la escasez de paciencia.

N\A:
Admito que me gusta mucho escribir esta historia. Me hace divertirme y distraerme. Deseo que a ustedes también les haga pasar un buen rato.

Por cierto una preguntita, ya que han llegado muchas personitas de Cuba: ¿De qué parte de la isla son?

Guagua:
Así se le llama al autobús o transporte público en Cuba.

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