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capítulo 10

Louis toma una bocanada de aire, y con la poca fuerza corporal que le queda, mantiene todas sus piezas unidas para mandarle un mensaje al sujeto detrás de la conversación, pidiéndole de por favor que ya pare el objeto antes de que termine completamente desmayado en lo que podría ser la posición más bochornosa de todo el mundo. No sabe si aquel hombre lo lee de inmediato, pero se imagina que, si lo hace porque de repente, y para su alabado alivio, las vibraciones se detienen, y ahora solo queda el ligero cosquilleo entre sus hipersensibles paredes, estimuladas casi en exceso, hasta el punto en el que no llega a sentir absolutamente nada mientras se dedica a recibir espasmos y respirar.

El cuerpo le pesa como plomo, los pulmones le arden cuando en serio necesita más oxígeno y la cabeza le da vueltas al mismo tiempo en el que intenta recuperar la razón. Tiene las pestañas húmedas por el ligero llanto que se ha hecho presente en algún instante en donde el placer ha sido desquiciante, y tiene estas ligeras manchas negras en frente que solo se desaparecen cuando cierra los ojos.

Continúa inhalando en silencio, percibiendo como las secuelas de aquel increíble orgasmo se van disipando con el aire, y los latidos de su corazón se ralentizan con lentitud pulcra hasta que ya no siente como le golpea el pecho con tanta fuerza, hasta el punto de hacerle creer que le va a atravesar en cualquier miserable instante.

Se relame los labios resecos, se da cuenta de lo sediento que se encuentra y de alguna forma se las ingenia para incorporarse en sus brazos, que se sienten como gelatina cuando le tiemblan a medida en que se apoya en sus pantorrillas. Exhala con agotamiento y baja la mirada hacia su propia entrepierna, ahora suave por haber sido liberada, pero igual de sonrojada que su rostro por todo lo que ha sucedido, se da cuenta de que tiene algunas manchas en la camisa que por suerte un conserva, pero no resulta ser nada grave, no como el suelo, que está increíblemente lleno de sus jugos íntimos, que sirve como prueba de sus inhibiciones, de su lujuria.

Vuelve a dejar escapar el aliento por la boca, se dice a sí mismo que no pasa nada y con ayuda de sus palmas se pone de rodillas. Se guarda la piel flácida en la ropa interior por muy incómodo que sea, recordándose que debe de pasar por el baño para, aunque sea limpiarse un poco, y se acomoda los pantalones justo antes de pasarse las manos por el cabello, que de seguro tiene que estar hecho un completo desorden al igual que él, inevitablemente.

Se arregla el flequillo y la parte trasera del cráneo, se limpia los restos de las lágrimas con los dorsos de las manos que le han quedado en las mejillas y se termina de acomodar la ropa de trabajo hasta que piensa que luce lo suficientemente decente como para poder salir.

Se pone de pie, sintiendo como su dermis interna se abraza alrededor del juguete que a estas alturas debería de retirarse, pero que de algún modo ha conseguido amoldarse en su interior hasta el punto en el que encuentra cierta comodidad con él dentro, hasta que puede llegar a pasar casi desapercibido, aunque no lo suficiente como para simplemente olvidarlo; y se coloca una mano en el vientre por encima de la camisa mientras resopla y se dice que todo está bien, que ya no pasa nada.

Se agacha para recoger su teléfono, y se dispone a salir del archivero con toda la normalidad que los restos de la situación le permite. No hay moros por la costa, así que le resulta bastante sencillo el ir directo hacia los baños, se encierra en uno de los cubículos disponibles y agarra una cantidad justa de papel higiénico para pasárselo por la mancha que todavía persiste en tela de su prenda superior.

La restriega hasta que pasa desapercibida, y hace lo mismo con la humedad que resta en sus pantalones, y es posible que también se dedique a limpiar su ropa interior cuando el esfuerzo no está de más y no se quiere delatar. No le toma mucho tiempo hacer eso, termina en un santiamén de hecho, y pronto se encuentra saliendo del apartado y lavándose las manos frente al espejo.