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N I N A

Stevie y yo cruzamos la puerta metálica que separa el edificio del resto de la urbanización y tengo que llevarme las manos a la boca para evitar que se me escuche gritar en el momento en que mi guardaespaldas, después de haber dejado las cámaras de seguridad sin señal, acaba con la vida de tres esbirros de mi padre. Le ha puesto un silenciador a su arma.

Si soy sincera, no sé de dónde he sacado el valor para montarme en esa moto con Adrik y mucho menos para ofrecerme de manera voluntaria a esto. Era como si mi cuerpo me lo exigiera. No podía quedarme de brazos cruzados, mucho menos cuando hay vidas en juego. Adrik me ha prometido, con un beso, que volvería sano y salvo y que después me contaría todo lo que yo quisiera saber. Es evidente que un beso no borra ni cambia nada, pero... Lo que siento por él es tan fuerte que me desconcierta. No sé qué pensar, tampoco qué sentir. Desearía poder odiarle por todo lo que me ha ocultado; por haberme mentido. Pero no puedo. Tampoco estoy segura de querer hacerlo. Estoy confusa.

-Tranquila -me susurra Stevie cuando el último esbirro del jardín cae al suelo con un orificio de bala entre las cejas-. Vamos, entra.

Camino tratando de no fijarme en los ya cadáveres de los vigilantes del jardín delantero. Uno de ellos era el portero que el primer día que llegué a Madrid me acompañó hasta la puerta de casa y se tomó la molestia de cargar con mis maletas. Siento que han pasado décadas desde entonces.

Hay dos hombres vestidos de negro vigilando la entrada a los ascensores. Trago saliva y Stevie me coloca una mano en el hombro, echándome hacia atrás con disimulo.

-Buenas noches, caballeros -saluda Stevie con tono neutro.

-¿De dónde vienen? -pregunta uno de ellos.

-La señorita me pidió hace unas horas que la acompañase a dar un paseo. Estaba agobiada. Si no le importa, tenemos que subir.

El esbirro intercambia una mirada con su compañero y asiente con la cabeza. Ambos se apartan y cuando nos montamos en el ascensor y pulsamos el botón de la planta en la que se encuentra el piso de mis padres, el mismo hombre que nos había preguntado, se monta con nosotros en el ascensor.

Joder.

Stevie no me mira. Automáticamente, cuando las puertas se cierran y la capsula de paredes de cristal comienza a ascender, mi guardaespaldas saca su arma en un movimiento rápido y aprieta el gatillo. La sangre del hombre sale desparramada por los aires, llegando incluso a salpicarme la cara. Me sobresalto por la impresión. Siento la bilis subirme por la garganta.

-¿Estás bien? -me pregunta Stevie en cuanto ve mi rostro desencajado.

Asiento lentamente. Estoy tan tensa que apenas puedo hablar. El día de hoy está siendo de lo más caótico. Surrealista.

Justo cuando la puerta del ascensor se abre en la última planta del edificio, nos encontramos con una fila de cinco hombres apuntándonos con un arma. Stevie, en un movimiento veloz, me empuja para colocarme detrás de él. El corazón me bombea con tanta fuerza que siento que, en cualquier momento, va a salírseme por la boca. Una capa de sudor frío recorre mi nuca y tengo los ojos empañados.

-Baja el arma y entréganos a la niña, Stevie. No tienes escapatoria. -habla uno de los esbirros que trabajan para mi padre. Está apuntándole directamente a la cabeza. ¿Nos han descubierto? ¿¡Cómo ha sido posible!?

Clavo la vista en uno de los hombres que nos apuntan y frunzo el ceño. Estaba en casa de Vladimir. Ha sido él quien me ha abierto la puerta. ¿Es un infiltrado? Dios mío. Hemos venido a la boca del lobo. Mi padre debe estar informado de todo.

P O D E R #CiudadDelPecado2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora