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Kim SeokJin.

Kim SeokJin, ese era su nuevo nombre.

Siempre imaginó que si algún día llegaba a tener un apellido ese sería "Choi". Creía ingenuamente que el barón en algún momento lo tomaría como su hijo adoptivo y después de muchos años le daría su apellido, pero no. Su apellido era "Kim", el cual no es nada especial. Muchos plebeyos que fueron ascendidos a nobles lo llevaban pues al ser simples pueblerinos no tenían apellidos.

Kim era el apellido para los sangre sucia.

Y se lo habían dado a él para que aunque sea tuviera uno. No era nada raro que algunas amantes del rey se apedillaran Kim, pues eran de origen pleyebo y necesitaban un apellido para ser concubinas.

Hasta ahora tenía un título, quién lo diría.

Después de la fiesta fue llevado a un pequeño dormitorio, se parecía al que tenía en la casa del barón. Una pequeña cama, un armario y un baño; bastante simple. Era raro dormir en una cama desconocida, y próximamente también lo haría junto alguien. De solo pensar que tendría que dormir con el rey, tuvo escalofríos y el estómago se le revolvió.

Se levantó temprano por costumbre, pero justo cuando estaba terminando de cambiarse entró una sirvienta de cara redonda y ojos grandes, era muy linda. Ella al verlo se sonrojó y pidió disculpas de inmediato, dijo que pensaba que aún no se despertaba.
Se veía muy asustada, SeokJin se preguntó si antes ya había cometido el mismo error de abrir la puerta sin tocar, de haber sido así, debió recibir un castigo muy severo. El abrir la puerta sin permiso demuestra tu falta de modales, él también había cometido ese grave error que le costó tener sus manos vendadas por algunas semanas.
Se estremeció de solo recordar la sensación de la vara de madera sobre sus manos.

La sirviente le pidió que la siguiera. El castillo era simplemente encantador; habían decoraciones de oro por doquier, paredes blancas tan altas que parecían llegar al cielo, alfombras brillantes y exquisitos flores. Sin embargo, mientras más se adentraban, las decoraciones se extinguían y daban paso a paredes de piedra.

Según sus deducciones lo estaban llevando a donde desde ahora sería su "hogar", y por lo visto sería un lugar apartado. Se cuestionaba si viviría con los demás amantes, pues según los rumores habían muchos más hombres que él, aunque probablemente viviría solo.

Un hermoso jardín se hallaba frente a sus ojos. Las verdes hojas, las flores de todos los tipos que te podías imaginar y el olor exquisito que se respiraba, lo dejaron cautivado. En la profundidad del jardín se encontraba una casa, se veía espaciosa.

—Este es el jardín número 14, desde ahora usted vivirá aquí. Bueno, podría cambiar si usted se gana el favor del rey, mi señor. Muchos de los amantes masculinos empezaron como débiles concubinos en los jardines; sin embargo, ahora están en grandes cuartos. No debería dar ese tipo de información, pero lo digo porque usted es muy hermoso y en su mirada veo que hay amabilidad. Me cae bien.— soltó una risa tímida — Le recomiendo que esté preparado para cuando el rey venga a visitarlo, sé que los hombres la tienen más difícil y la primera vez puede ser muy doloroso. Por eso, en el cajón pequeño de la comoda se encuentra un envase de vaselina.

—Gracias...

La sirvienta se sorprendió y sacudió con la cabeza — Mi señor no es bueno que agradezca a quienes son de clase baja, además me alegra que no me preguntara para que era la vaselina, me ha tocado darle una explicación muy detallada a otros amantes, y para una jovencita como yo es muy bochornoso decir ese tipo de cosas.

—Por cierto, yo seré quien ocasionalmente le traerá sus comidas. De alguna manera soy la encargada de llevar las comidas a los amantes masculinos, bueno solo a los que todavía no escalan a grande. Los que ya están en la cima se les prohíbe relacionarse con las personas, a veces los veo paseando por los jardines. Me dan mucha pena, se ven tan solitarios y seguro se sienten así.

La chica se había desviado del tema inicial, se veía que todavía era una novata. Le causó ternura y gracia al mismo tiempo; no obstante, si seguía así no duraría ni tres semanas más en este lugar —¿Cuál es tu nombre?— las conexiones lo eran todo, si podía entablar una amistad con la boca suelta del lugar tendría una fuente de información estable. Solo debía ganar su confianza y amistad.

Los ojos de la chica se iluminaron ante la pregunta y esbozó una tierna sonrisa —Mi nombre es ChaeYoung, mi señorito.

SeokJin se sintió un poco mal, pero aún así no se arrepintió. Confiar ciegamente en las personas le había costado caro en el pasado, no cometería el mismo error. Aunque los ojos de ChaeYoung parecían sinceros no caería.

—Un placer, soy...— su voz se apagó al pensar que tendría que pronunciar el título que se le había dado— Kim SeokJin, el vigésimo tercer amante del rey. Aunque es muy probable que ya lo sepas.

Chae sonrió e hizo una reverencia, SeokJin vio como su espalda se perdía entre las plantas y como desaparecía por completo.

Él estaba solo.

Completamente solo.

En un lugar lujoso y con todas las comodidades.

Bufó y entró a su "hogar". Ya ahí se encontró sobre la cama una clase de ¿vestido? No sabía cómo llamarlo exactamente pues no poseía costuras, era como si a una tela la hubieran amarrado en los lugares justos, bastante exótico a su parecer. Viéndola con detenimiento, le recordó a la vestimenta de los griegos o mas bien griegas. La tela era morada con pequeños traslúcidos dibujos de flores rosadas.

Rodó los ojos al pensar que de ahora en adelante esa sería su vestimenta, si les era sincero prefería la ropa holgada que dejara todo a la "imaginación". Usar ropa ajustada que marcara su figura le hacía sentir de los más incómodo y fuera de lugar.

El disque vestido dejaba ver el pecho y brazos, entallando la cintura pero dejando el grosor y longitud de las piernas a la creatividad.
Se dijo a sí mismo que usaría su ropa de mayordomo hasta que esta se cayera a pedazos, usar esa cosa era una de sus últimas opciones.

Empezó a examinar su habitación, y se encontró con unas sandalias doradas que poseían listones que se enrollaban en las pantorrillas.
Se preguntaba seriamente si el rey tenía un fetiche con la vestimenta griega.


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