CAPÍTULO 16

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Nonna.

Otra vez mi nieto Simone se vuelve a ver feliz, yo más aún por verlo así. No me cabe duda de que el motivo de esa felicidad es una pelinegra de ojos verdes que se llama Sofía.

A la hora de comer no ha aparecido por casa, Ales llegó en el coche en el que se fueron esta mañana, pero él solo con Dante, ningún rastro de nadie más. Le he preguntado y me ha explicado el porqué no está.

Me quedo más tranquila al saber que está con ella y no se meterá en más problemas. En el fondo siento algo que me dice se cuidarán entre los dos.

Al rededor de las cuatro y media lo veo aparecer por la puerta de casa y se dirige al salón donde me encuentro en un sofá con una revista entre las manos y una taza de té en la mesita.

Ya lleva un chicle metido en la boca. Es raro no verlo con uno masticando.

—¿Con quien te has peleado ahora?— interrogo tranquila, ni me hace falta levantar la vista para saber que está todo golpeado.
—Con un gilipollas, no ha pasado nada, Nonna— se inclina y me da un beso en la mejilla.
—Ya sé que a ti no te ha pasado nada, estoy algo preocupada por el otro— bromeo. Hago una pausa y añado—: no, en realidad no. Que le den.

Se ríe y se deja caer a mi lado, apoyando la cabeza en mi hombro.

—Eres la mejor.
—Ya lo sé.
—Está claro de quién he sacado el ego.
—No somos egocéntricos, solo nos gusta sacar una sonrisa a la gente con tonterías así. Pero sin duda soy la mejor. ¿Me vas a contar que ha pasado para que te pelees?
—Un chico iba a pegarle a Sofía y se lo he impedido. Le he metido la cabeza en una fuente— dejo lo que tengo entre las manos y lo miro con rudeza.
—Simone, yo te digo que si te pasa algo no dudes en defenderte, y no te regaño por proteger a Sofía, pero lo de la fuente sobraba. Que sea la última vez.

No me gusta que vaya por ahí peleando sin ninguna razón. Y lo que ha hecho ha estado demasiado mal. Yo le doy libertad y dejo que haga muchas cosas, pero todo tiene su límite. Eso no debería de haberlo hecho por muy grave que sea lo sucedido.

Asiente y cambiamos de tema, le pregunto cómo le ha ido en lo que llevamos de día y le pregunto por ella.

—Está muy bien.
—¿En qué sentido va ese "muy bien"?
—En todos, Nonna, en todos.
—Me gusta esa chica.
—A mi me encanta.
—Tráela un día.
—No sé, tal vez le dé vergüenza y...
—Me da igual. Se lo puedes preguntar— no le dejo acabar.

Mientras sigo con la revista, él enciende la tele y se pone a verla. Comentamos sobre cosas que se nos pasan por la cabeza y otras que salen en la pantalla. Adriano se nos une y se pone a mi otro lado después de chinchar un poco a su hermano y lograr cabrearlo.

Aquí estamos los tres, yo en medio y ellos a mis lados con sus cabezas en mis hombros. No puedo evitar sonreír al recordar cuando eran pequeños y se ponían así para que les contase un cuento.

Adri no lo suele hacer tanto ya que casi siempre está con amigos o en algún lugar haciendo no sé qué.
Simone siempre se pone así cuando está mal o me quiere contar algo.

Les anuncio que su abuelo viajará de Italia hasta aquí para visitar y luego volveremos él, Adri y yo.

Los dos se levantan de un salto quedando enfrente de mí.

—¿¡Cuándo!?— hablan a la vez.
—Me estoy poniendo celosa— reímos y me vuelven a insistir—. No sé cuándo perfectamente, pero muy pronto.
—Hay que celebrarlo— dice el mayor.
—Esta vez no me sobornas.
—Solo una— niego con la cabeza muy decidida de mi respuesta—. Por fiii— hace pucheros y pone ojitos de corderito.
—Está bien, pero solo una— ¿tan fácil me dejo llevar? No puede ser que mis nietos se salgan con la suya conmigo.
—¡Bien!
—Eso no vale. ¿Yo qué?— se queja Adri.
—Tú eres pequeño todavía, cuando tengas diecisiete o dieciocho.

Un beso robado (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora