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*Aviso*
Este capítulo toca temas delicados.
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Gilbert Blythe recién estaba recuperando la conciencia. Lo último que recordaba era que aquella mañana de mediados de febrero estaba ayudando en la lavandería de la correccional cuando dos chicos lo tomaron por la espalda y le dieron un golpe en el rostro.

«¡Maldita sea!» Exclamó al sentir un dolor en alguna parte de su cuerpo.

Se suponía que St. Jude era un lugar católico. Se suponía que todo estaría bien, que esas cosas no debían ocurrir. Lo que estaba pasando era ilegal, ¿acaso esas personas no habían tenido suficiente siendo privados de su libertad? Pero no era tiempo de caprichos. Tenía que levantarse. Levantarse y caminar hacia la enfermería. La hermana Claire estaría ahí y atendería la situación con la mayor discreción. Ella era la única persona no demente que trabajaba  tenía un aire angelical, lo confirmó cuando con la voz temblorosa la llamó por su nombre y se giró inmediatamente.

–¿Que ocurre, cariño? –preguntó con una sonrisa relajante en su rostro. Un segundo después desapareció al fijarse en el rostro sangriento del chico. Un escalofrío corrió por su espalda. Tragó saliva– Gilbert, date la vuelta.

Él obedeció, fue así cuando vio la parte trasera de su pantalón llena de sangre. La mujer soltó unas lágrimas y poniendo ambas manos en sus hombros, lo llevó a las duchas de la enfermería.

En el comedor; Anne, Ruby y Moody esperaban por Gilbert. Era muy raro que él no hubiese llegado, eran muy pocas las veces que llegaba tarde.

–Debe estar ayudando a los guardias con asuntos contables –dijo Ruby–. Saben que de vez en cuando tardan horas con eso.

Anne decidió que su amiga debía tener razón y comenzó a comer. Quizá lo vería por la tarde en el patio para jugar ajedrez juntos. Pero no se apareció, ni esa, ni la tarde siguiente, ni la siguiente. Su cuarto estaba siempre cerrado y al mirar por la ventanilla, no había nadie.

Un día, los tres chicos decidieron consultar con la hermana Claire. Ésta les comentó de manera alegre que Gilbert estaba trabajando en un nuevo proyecto de St. Jude: La biblioteca. Empezaría organizando libros antiguos y después ayudaría a varios de los chicos a obtener sus certificados de bachillerato. También dijo que el muchacho estaba pasando por un mal momento, se había obsesionado tanto con el tema de la biblioteca que olvidaba varias cosas de su día.

–Cómo a nosotros –murmuró Moody.

La hermana Claire sonrió.

–¿Por qué no van y hablan con él? Quizá sea una ayuda mutua –le dio dos palmaditas en la espalda a Anne y los guió hacia el lugar.

Cuando vieron a Gilbert, casi no lo reconocieron. ¿Acaso era posible que alguien pudiese adelgazar tanto en solo tres días? Tenía ojeras, un golpe en la nariz y usaba las mangas largas del uniforme, tal vez por el frío, aunque ni en diciembre lo había hecho. Pareció impactado al verlos, pero trató de disimularlo.

–Hola –les dijo en voz baja, casi inaudible.

Anne dio dos pasos al frente.

–Hola, vinimos a ayudarte.

Él apretó los labios.

–¿Prefieres Jane Austen o las hermanas Brontë? –preguntó, mirándola a los ojos.

–Jane Austen –respondió, aguantando una sonrisa–. Ahora, dame ese libro y empecemos.

Moody y Ruby se estaban encargando de las revistas, mientras que Anne y Gilbert ordenaban los libros por género. Hubo un momento en que la manga del uniforme del muchacho se levantó y la pelirroja pudo observar unas marcas en su brazo, parecían rasguños de gato o... cortadas. Ella dio un suspiro.

–¿Quieres hablarlo? –dijo señalandolas.

–No te preocupes, estoy bien –mintió él. Aquellas imágenes no se iban de su cabeza.

Anne volvió a suspirar.

–Sea lo que sea, puedes contarme y si no quieres hacerlo, tienes una amiga aquí.

Se dio cuenta que estaba tomando su mano. La soltó.

–No aguanto más tiempo aquí –le dijo Gilbert–. No es justo, no es justo. Siento como si quisiera arrancarme la piel y salir corriendo a donde sea.

Anne lo vio a los ojos, hizo una mueca compasiva y suspiró de manera sonora.

–Estas malditas paredes grises son especiales –hizo saltar el polvo de un estante–. Primero las odias con tu alma. Luego te acostumbras a ellas. Después de un tiempo te aferras a ellas.

Gilbert mantuvo la cabeza gacha varios segundos, luego la levantó y Anne notó su boca partida.

–Pues... –dijo él– Supongo que todos tenemos un punto límite, creo que ya llegué al mío y si esto sigue, no sé que terminaré haciendo... parece que no fuera yo quien estuviese al control de mi vida, te lo juro.

Anne sacó un cigarrillo de su bolsillo, le ofreció uno.

–¿De acuerdo? –preguntó ella.

–«De acuerdo» ¿qué?

–Que hablarás conmigo cuando te sientas triste... quizá mientras jugamos ajedrez o aquí en la biblioteca.

–De acuerdo –respondió Gilbert, con la primera sonrisa asomándose por su boca.

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Me quedó medio kk, pero bueno.

Amor y luz;
~Cassie.
🧚🏻‍♀️🧡✨



「𝐆𝐞𝐭 𝐟𝐫𝐞𝐞 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐚𝐧 𝐄」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora