IV

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Sherlock no estaba cuando llegaste y tuviste que subir una a una tus maletas, aunque ¿qué diferencia habría habido si hubiera estado? No lo sabías. 

Las dejaste todas en la sala. La cual, como debiste haber imaginado, era un desastre. Había papeles, libros, lupas, y sustancias regadas por todo el sitio. Suspiraste. Creías que debías esperar a que Sherlock te dijera algo, te mostrara tu habitación, pero no sabías cuanto tiempo iba a tardar y tú, tenías prisa. 

Abriste la habitación que estaba al fondo de aquel piso y encontraste una cama y un mueble, y una pared adornada con una tabla periódica antigua, eso debió darte una pista, pero no lo hizo, estabas tan abrumada últimamente que no podías pensar con claridad. Te imaginaste que quizás esa sería tu habitación, ya habías puesto las maletas sobre la cama y habías comenzado a sacar ropa para meterla en ese sitio, odiabas las mudanzas así que debías terminar con eso ya, pero al abrir la puerta del armario, te encontraste con ropa de hombre muy formal, del tipo de vestimenta que Sherlock usaba. 

Habías tomado un par de las camisas solo para cerciorarte que eran de él y no dejadas por el huésped anterior que había tenido el departamento (John), las miró a contra luz como si aquello fuera a darte alguna señal, no estaban empolvadas, así que debían ser usadas con frecuencia. Te atreviste a oler una, olía a jabón, y a algo más que no sabías que era, pero no era para nada desagradable, estabas sacando tus deducciones cuando escuchaste la puerta de abajo abrirse. No querías que tu nuevo compañero te encontrara ahí, husmeando en su habitación, incluso si había sido por error.

Metiste las cosas que pretendías guardar en el closet antes de darte cuenta de que estaba lleno ya, en tu maleta y la cerraste como pudiste. Luego intentaste guardar las dos camisas que habías examinado, pero solo pudiste guardar una, la otra no la encontraste por ningún lado, y los pasos del hombre comenzaban a retumbar sobre la vieja madera que recubría los pisos. Apenas tuviste tiempo de cerrar la puerta del armario antes de tomar tus maletas y que la perilla girara revelando la figura alta y delgada de Sherlock Holmes que pronunció con su grave voz:

— Tu habitación está al subir las escaleras. 

— Sí, ya lo noté —  saliste del lugar con tus cosas en las manos. 

—  ¿Ayuda? —  el hombre te miró de reojo, divirtiéndose un poco.

—  No, estoy bien así, sigue en lo tuyo.—  con dificultad subiste tus cosas a una habitación limpia y  al fin pudiste guardar tus cosas en un armario vacío, siendo la primera de ellas, una camisa negra formal de hombre que había salido de tu maleta. Te golpeaste la frente. Esperabas que el loco no se diera cuenta o iba a malentender las cosas, o quizás no le importara. Como sea, la devolverías después, cuando él saliera del departamento, que considerando tus observaciones de los últimos días, sería seguido. 

Instalaste tu computadora en la mesa de madera frente a la ventana, cuyas cortinas blancas retiraste y descubriste un bonito paisaje de Londres, ese día, el sol se había atrevido a asomarse, haciendo que el lugar pareciera mucho más acogedor de lo que ya era. Te diste cuenta de que tenías el espacio suficiente para poner algunas plantas en el marco de la ventana y la imagen mental que formaste te alegró.

 Abriste la ventana y sentiste el aire que se comenzaba a tornar en primaveral golpear tu rostro. Te pusiste a trabajar de inmediato, mientras devorabas el sándwich que esa mañana no habías podido comer. 

-

— ¿Sherlock? — llamaste al hombre que leía en la silla que estaba contra la ventana (su silla, entendiste (como él esperaba que entendieras)). 

— ¿Uhm?—  dijo sin levantar la vista.

—  Habrá que llegar a algunos acuerdos —  esa era sin duda tu parte menos favorita de tener que compartir departamento.  

El detective al fin levantó la vista del libro, asintió esperando que hablaras, lo que hiciste con voz temblorosa después de limpiar tu garganta.

—  No desorden en el piso, no partes humanas en el refrigerador y no experimentos en la mesa.

Sí, después de haber entregado tu parte del proyecto por línea, habías ido a abrir el refrigerador, la peor decisión de tu vida hasta ahora. Por fortuna Sherlock se había perdido tu cara de sorpresa (asco y miedo) porque estaba aún en su habitación. 

— Bien

— ¿En serio? —  aquello te sorprendió un poco, lo conocías muy poco, pero no esperabas que cediera tan rápido. 

El hombre asintió desde su lugar y tú sonreíste con tranquilidad. 

—  Emmeline y yo nos turnábamos para preparar la cena.  

— Lo sé.

— ¿Entonces?

Sherlock no era un hombre que comiera mucho o supiera preparar muchas cosas, pero tú no lo sabías. 

— Es buena idea. — Respondió con poco entusiasmo, pero el suficiente para ti.

—  Excelente. Comenzaré yo, entonces. — Y volviste a la cocina, con lo poco que habías llevado, preparaste algo de pasta y limpiaste la mesa, el detective acudió y empezó a levantar las cosas de su juego de química así ambos podrían comer.  Serviste y ambos se sentaron a tu petición. 

Sherlock inspeccionó la pasta antes de meterla en su boca y se sorprendió de aquello, ya que esperaba fueras mucho más inútil que él en la cocina, estaba bueno y al parecer no sufriría de intoxicación o empacho.

 La velocidad con la que devoraste tu sopa le hizo saber al detective que tenías prisa por continuar con tu trabajo, y tras lavar tus platos, y desearle a Sherlock las buenas noches corriste a tu habitación a terminar de redactar un par de cuartillas más, antes de dormir. Después de todo, tendrías que madrugar porque debías tomar el autobús a la universidad. 

-

Habías programado tu alarma (reloj despertador (no podías confiarte más en tu celular)) a las 6:00 de la mañana, la universidad no estaba muy lejos de Baker Street y en veinte minutos llegarías, pero un sonido, o mejor dicho una serie de ruidos, te despertó antes, con un sobresalto. 

¿Era Sherlock el que estaba dando balazos en el departamento? 

El defecto de la razónWhere stories live. Discover now