EXTRA 1

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VERSIÓN ALTERNATIVA DEL PRIMER CAPÍTULO

El peso de un arma en sus manos. El sabor de la pólvora en sus labios. Contó los segundos de sus respiraciones. Siete. Seis. Siete. En ningún momento se sentía tan vivo como cuando acariciaba el gatillo del arma con el dedo índice, el objetivo fijo al otro lado de la mirilla óptica.

Había contado tres bajas, todas ellas con un único disparo limpio a la cabeza. Vio sus cuerpos desplomarse en el asfalto. Uno fuera. Dos fuera. Solo el tercero supo qué estaba pasando y levantó la vista hacia el edificio en el que estaba escondido con su arma, pero no fue lo bastante rápido para ponerse a cubierto. Un disparo. Tres fuera.

Todo el proceso había tardado menos de veinte segundos. Un trabajo bien hecho. No lo habían llamado a él por nada; simplemente era el mejor. Sus jefes lo sabían. Él lo sabía.

El único que quedaba en pie en la calle, rodeado de los cadáveres de sus compañeros, ahora lo sabía también.

Lo observó por la mirilla, un hombre arrodillado junto a su subordinado caído, buscando señales de vida mientras movía desesperadamente los labios. Lo tenía a tiro. Un disparo y todo habría acabado también para él. A estas alturas, sería un gesto de misericordia por su parte.

Apoyó el dedo contra el gatillo, sin llegar a apretar. Respiró hondo. Ocho segundos. El último hombre de la calle había tenido tiempo de sobra para apartarse, pero no lo había hecho.

Una lástima.

Hubiera preferido un poco de acción. Alguien que no era capaz de apartarse de la trayectoria de tiro significaba un trabajo rápido y limpio, pero aburrido.

Por suerte para el hombre en cuestión, la misión del francotirador no consistía en reunirlo con sus compañeros. No tan pronto. Se apartó de la mirilla y quitó el dedo del gatillo.

—Misión cumplida, regreso a la sede —comunicó por radio.

No recibió respuesta, tal como esperaba. Cambió de frecuencia y la apagó.



El vaso de vodka estaba caliente después de tanto tiempo teniéndolo en la mano, aunque llamar vodka a ese brebaje debía considerarse una ofensa para él mismo y todos sus antepasados. En los altavoces de aquel antro sonaba una balada de rock de los ochenta que no conocía.

Estaba esforzándose todo lo posible por parecer tranquilo, pero por dentro el corazón le latía a mil por hora y sentía la adrenalina agudizando todos sus sentidos. Era un buen soldado: siempre obedecía órdenes y nunca incumplía las normas, dejando de lado su código moral o su propia opinión al respecto, pero allí estaba.

A simple vista, el establecimiento no tenía nada fuera de lo común, salvo por el hecho de que le habían ordenado explícitamente no ir allí mientras estuviera en Los Santos. ¿El motivo? El hombre con camisa blanca y corbata que estaba sentado en la barra, custodiando con aburrimiento un vaso de whisky.

Aún no era tarde para irse. Aún podía escabullirse en silencio y fingir que nunca estuvo ahí. Se le daba bien pasar desapercibido, dentro de lo que le permitían sus llamativos casi dos metros de altura.

¿Qué hacía allí, en primer lugar? Todavía no estaba seguro. Quería ver al objetivo de cerca, no a través de la mirilla de un francotirador. Él solo era un soldado, así que no siempre recibía toda la información sobre las misiones, solo la necesaria para cumplirlas. Y no tenía exactamente los motivos, pero sí sabía que todo giraba alrededor del hombre de la corbata. Sentía curiosidad, nada más.

Bueno, quizá algo más que simple curiosidad.

—Me vas a desgastar la cara si me sigues mirando tanto.

No dispares todavía [Volkway]Where stories live. Discover now