Capítulo 5

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Era tarde cuando Volkov salió de comisaría para volver a casa. Una llovizna suave había empezado a caer sobre la ciudad, pero por suerte su apartamento estaba convenientemente situado a dos manzanas.

Llevaba ya tres meses en Los Santos. Desde que salió de Moscú, hacía ya cuatro años, no se había quedado tanto tiempo en un mismo sitio. No estaba seguro de que le gustara estar allí; a veces hacía demasiado calor, y el frío era húmedo e impredecible. La gente era o bien huraña o bien excesivamente entrometida, en ocasiones las dos cosas a la vez. Por otro lado, le gustaba vivir solo y tener cierta libertad, algo que al principio le había resultado aterrador.

Volkov estaba bien adaptado a la rutina de un soldado, a que las horas de despertar, dormir y comer estuvieran pactadas por alguien más. De esta forma todo era predecible y seguro, incluso en una ocupación como la suya. Al principio, aquella misión había sido como mirar a un abismo, no tanto su trabajo de francotirador como lo que vino después. Había luchado muchas veces contra la tentación de contactar a sus jefes y pedir una reasignación, fueran cuales fueran las consecuencias. Ahora que empezaba a adaptarse, lo que temía era el momento en que tuviera que irse de nuevo.

La lluvia empezó a arreciar mientras esperaba en un semáforo para cruzar la calle. Se quitó la chaqueta y se la puso sobre la cabeza, acelerando el paso para recorrer los metros que quedaban.

Entonces escuchó algo y frenó en seco. No había mucha más gente en la calle, solo unos cuantos transeúntes que, como él, corrían para ponerse a cubierto de la tormenta. En algún lugar de la ciudad se había formado un atasco y podían oírse las bocinas de los coches y la sirena de una ambulancia.

Volkov estaba a punto de seguir su camino cuando volvió a escucharlo. Un maullido, ahora no tenía ninguna duda.

Siguió el sonido dando discretos pasos hasta un coche aparcado y se agachó para mirar debajo. Sonrió al ver un gatito negro acurrucado junto a una de las ruedas, con el pelo erizado por la lluvia.

Volkov se quitó la chaqueta de la cabeza y la usó para sacar al gato de su pobre refugio.

—Vas a venirte conmigo, ¿vale? —murmuró en ruso, envolviendo al animal con la chaqueta para protegerlo de la tormenta.

Se levantó del suelo y recorrió los últimos metros hasta el apartamento con el gatito abrazado contra su pecho.


Había tenido suerte de encontrar una tienda que aún estuviera abierta. En cuanto amainó la lluvia, decidió aprovechar para comprar algo de comida para el gatito, que dejó en su apartamento durmiendo junto al radiador.

Recorrió los pasillos del supermercado buscando la sección de mascotas. Estaba tan emocionado que debía contenerse para no sonreír todo el tiempo. Nunca había tenido un gato, no como tal. En la granja vivían varios, pero no estaban domesticados y no dejaban que se acercara nadie. Lo más parecido que había conocido a una mascota era un perro viejo que acudía a veces a comerse las sobras que le dejaba su madre.

En realidad, no tenía la menor idea de cómo se cuidaba de un gato, y menos uno pequeño. Ni siquiera sabía si en alguna parte del contrato de arrendamiento se prohibían animales, pero le daba igual.

Por la mañana, antes de empezar el turno en comisaría, lo llevaría al veterinario y consultaría sus dudas. Odiaba la idea de parecer ignorante, pero no sabía a quién más acudir.

Mientras tanto, observó el estante con toda la variedad de comida para gatos que ofrecía la tienda. ¿Qué edad tendría el gato? No debía de pesar más de un kilo, eso seguro. Leyó por encima las etiquetas, inseguro, y eligió una lata de comida húmeda. ¿Esas cosas llevaban instrucciones de uso?

No dispares todavía [Volkway]Where stories live. Discover now