Capítulo 2

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Admitieron a cinco alumnos después de las oposiciones. No eran suficientes para compensar, ni de lejos, los diez agentes experimentados que habían perdido en las últimas semanas, pero de momento no contaban con efectivos para entrenar más.

A Conway siempre le había gustado encargarse personalmente de los nuevos reclutas. Supervisaba sus entrenamientos y daba charlas que podían durar horas y horas. Era una buena manera de que aprendieran desde el principio quién era él y cómo debían tratarlo. Además, si no aguantaban unas cuantas humillaciones, ¿cómo iban a soportar lo que suponía ser un agente de la ley en Los Santos?

Sin embargo, a esa nueva remesa no se había atrevido ni siquiera a acercarse. Lo dejó todo en manos de Barnes, su comisario y segundo al mando, y se dedicó a pasar más tiempo en su despacho, fumando sin parar y macerándose en su mal humor.

Estaba siendo un cobarde, lo sabía, pero siempre había separado bastante sus aventuras nocturnas de su trabajo. Si hubiera sabido que Volkov quería entrar al cuerpo, jamás lo hubiera llevado a su casa.

Puto rusito de mierda.

Lo peor era verlo pasear por su comisaría, vestido con el uniforme azul oscuro de alumno. Al menos había tenido la decencia de fingir que no conocía a Conway, prestándole la misma atención que a los demás.

Es decir, ninguna.

Y no quería admitir que eso le jodía, pero sí lo hacía.

Una semana después de que admitieran a los nuevos, llegó a la conclusión de que no podía seguir así. Si no era capaz de mirar a la cara a uno de sus hombres y se escondía como un rata para no cruzarse con él, solo le quedaban dos opciones: echarlo o hacer como si nada hubiera pasado.

Además, Barnes era un buen agente, pero un blando. Nunca conseguiría poner firmes a los alumnos.

El lunes por la mañana salió de casa decidido a hacer las cosas bien. Casi se podría decir que estaba de buen humor.

Al entrar en comisaría, saludó con la mano a Carmen, la administrativa, que lo miró por encima de la montura de sus gafas sorprendida.

—Buenos días, superintendente, ¿qué tal el fin de semana?

Le hacía la misma pregunta todos los lunes por la mañana, pero Conway rara vez se paraba a responder. Esta vez se tomó su tiempo de intercambiar alguna palabra con ella antes de dirigirse a su despacho en la primera planta.

Cómo no, tenía mucho papeleo acumulado después del fin de semana. Los criminales no respetaban sus días de descanso.

Hablaría con Barnes después, cuando terminara todo.

Pero tres horas después, el montón de informes sobre su escritorio parecía no acabarse. Notaba cómo su buen humor se iba diluyendo una taza de café tras otra. Las cuatro paredes de su despacho parecían cerrarse sobre él y asfixiarlo. ¿Es que nadie sabía hacer nada bien? ¿Tenía que arreglarlo siempre todo?

Necesitaba un descanso. Palpó sus bolsillos para asegurarse de que llevaba el tabaco y el mechero encima y se dirigió a la terraza a fumar.

No se cruzó con nadie por el camino y dio gracias de que fuera así. Estaba dispuesto a degradar a alumno al primero que fuera a decirle alguna imbecilidad.

—Buenos días, Conway.

Lo que faltaba.

Volkov estaba sentado sobre el muro de la terraza, con una pierna doblada debajo de la otra y un cigarrillo encendido entre los dedos. Su pelo cenizo, ahora corto, estaba peinado hacia atrás.

No dispares todavía [Volkway]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora