Capítulo 1.

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Harry’s pov.

Lo primero que vi aquella mañana cuando mis perezosos ojos decidieron abrirse, fue la esbelta figura de mi hermana Cheryl. Se encontraba parada bajo el umbral de la puerta de mi habitación y llevaba sus brazos en jarra, acompañado de aquel característico ceño fruncido en el rostro.  

Fue cuando sentí mis labios resecos y el impotente e inaguantable dolor de cabeza, que comprendí todo.

—Desagradable—fueron las primeras que soltó mi hermana cuando me encontró despierto.

Me senté como pude y recosté mi cabeza contra la cabecera. Alcé mi dedo índice para indicarle que se detuviera. Demonios, ¿Por qué  siempre tenía que hablar gritando?

—Buenos días para ti también, Cher—gruñí con ironía.

—Jamás imaginé cuanto extrañaría a Samantha—Susurró.

Lo dijo como para que no la escuchara; pero lo hice. La escuché, y sus palabras fueron como veinte dagas clavándose en mi corazón. Tan solo escuchar su nombre

Refregué mi cara con mis manos, y negué con la cabeza deshaciéndome de aquellos pensamientos. Solo esos movimientos bastaron, para que la castaña a mi lado se despertara. Un par de segundos después, se dio media vuelta y se sentó lentamente sosteniendo la sábana blanca contra su cuerpo desnudo. Sus labios se entre abrieron, y formularon una  sonrisa agradable.

—Harry, que increíble noch-

Se interrumpió antes de terminar la frase cuando se percató de la presencia de mi hermana. Sus ojos se ampliaron, y el color carmín en sus mejillas la delató. Cheryl se movió rápido a través de la habitación  para recuperar el vestido de Agnes. Antes de lanzárselo, lo sostuvo entre sus dedos unos segundos, con una mueca de asco en el rostro.

—Cinco segundos, y te quiero fuera de aquí—rugió prácticamente—oh, y fuera de la empresa también. Estás despedida.

Agnes soltó un jadeo, y se apresuró a vestirse. Se marchó con los tacones en mano y el rostro enrojecido de vergüenza. Solté un bufido y me deje caer nuevamente sobre la cama. Otra mujer más desempleada.

 

Ya sabía lo que se venía. Era la rutina de hace prácticamente tres años, Cheryl me hallaba cada mañana en mi cama con una mujer diferente, y soltaba todo aquel estúpido e inaguantable discurso de hermana mayor, blah blah:

—La secretaria, ¿en serio?—cuestionó, con una ceja enarcada, cuando estuve en la cocina vistiendo solo un pantalón chándal—Eso es bajo, inclusive para ti. El noventa por ciento de las empleadas de la empresa pasaron por tu cama. Y ese mismo noventa por ciento ha sido despedido ya—pinchó la fruta sobre su plato con ímpetu, demostrando su rabia—Llevas tres años ya con esta estupidez, ¿No puedes, simplemente, detenerte un momento?

—¿Has pensado que quizá no quiero hacerlo? digo, detenerme—abrí el refrigerador y quité una jarra con jugo de naranja. Le di unos largos tragos y me encogí de hombros, restándole importancia a sus habituales palabras.

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