Uno: Bienvenidos a Shellymoore

2.4K 288 453
                                    

Cómo odio la pornografía

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cómo odio la pornografía.

Jamás me ha gustado, y justo cuándo casualmente la intento ver por curiosidad... pum; soy descubierta.

Soy un tremendo fracaso, lo sé.

—Es que hasta ahora no puedo creerlo de tí, Davi —mamá sigue despotricando contra mí, de hecho lo hizo las cinco horas de viaje en las que nos embarcamos. —¿Qué suciedades habrá pasado por tu mente en ese momento para hacer tal cosa?

Me da gracia su tono de indignación. Mamá es católica, de las de mente cerrada. Y para ella todo es un pecado.
Eso incluye ver pornografía por curiosidad.

Dios... nunca más lo vuelvo a hacer

Toda mí vida he sido críada por una madre soltera, que además de eso es una obsesionada por la religión. Todo lo que hacemos debe ser acorde al señor. No puedo salir a fiestas, no puedo tener novios —sí no asiste a nuestra Iglesia—, y obviamente no puedo ní siquiera pensar en algo cercano al sexo.

Estuve bien todos éstos años haciendo todo eso sin que me descubriera, pero lamentablemente llegó el día en el que lo hizo. Está de más decir que armó todo un drama de película.
Hasta el punto de decidir mandarme a una cárcel religiosa, digo... Internado.

Así que aquí estamos, a cientos de kilómetros lejos de nuestro hogar, de mis amigos, y de todo lo que yo considero un pequeño respiro de la asfixia que es mí madre.

—¿Cuánto más falta para llegar? —cambio de tema, no quiero que se queje de mí por 140 horas más, sé que con gusto lo haría. Adora quejarse de mí y de lo imperfecta que soy a comparación de las demás niñas de la Iglesia.

—Cinco minutos más.

Gran mentira.

Los grandes campos de Irlanda fueron perdiéndose en cuanto el coche viejo de mí madre comienza a bajar por un extraño camino cuesta abajo. Logro ver las grandes montañas verdosas a mí alrededor, son hermosas. Abro la ventana e inspiro el aire a pureza, adoro mí país, en cada rincón que vayas todo es tan puro y mágico.
Mi madre prefiere quedarse en silencio el resto del camino, lo cuál es un alivio.

Pasamos por un pequeño pueblo lleno de tiendas y ferias con música tradicional celta sonando en la plaza. Algunos pueblerinos nos saludan y mamá cierra las ventanas de inmediato.

Ruedo los ojos.

—Cochinos pueblerinos, cómo los odio —susurra mí madre con la típica actitud altanera que poseen todas las mujeres chismosas de la Iglesia. A mí madre la tolero porque es mí madre y porque no siempre es tan odiosa, sin embargo a sus amigas... a esas sí que las odio.

Lo bueno de venir aquí, es que me alejaré de ellas.

—Es un pueblo muy hermoso —sonrío con sinceridad, ganándome una mueca inconforme de parte de mí linda madre—, ¿Cómo es que se llama?

DORIAN Y EL GUARDIÁN DE ALMAS | (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora