Alguien a quién amar.

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Horacio observó en silencio aquella escena, tragando fuertemente sin poder apartar la vista de los dos individuos frente a él.

Volkov se encontraba de pie, apoyado al escritorio en el que se atendían las denuncias, charlando excesivamente cerca, con una chica pelirroja mientras se tomaban de las manos.

Esto no tomó por sorpresa al alumno, pues hace unos días se había enterado de la relación entre el comisario y la enfermera, pero eso no lo hacía menos doloroso, era la primera vez que los veía juntos, y eso sin duda le desgarraba el alma.

Los siguió observando sin disimulo, mordiéndose la lengua con fuerza para controlar las inmensas ganas de llorar que sentía.  Finalmente se dió la vuelta con pesar y un nudo en el estómago, al hacerlo, pudo notar que el comisario Rodríguez lo observaba con un poco de pena al comprender la situación, Horacio solo bajó la mirada avergonzado y caminó a toda prisa en dirección a la armería para salir de ahí.

Al entrar, se apoyó de la pared más cerca y se llevó las manos al rostro, respirando pesadamente y con lágrimas amenazando con salir. Se sentía estúpido por reaccionar de esa manera, al fin y al cabo lo de él y el ruso nunca había sido nada, un amor que nunca llegó a pasar.

Aún así la imágen de la pareja dolía en su mente y lastima su frágil corazón.

"Era mentira". Esa frase se repetía una y otra vez en su cabeza, nada de lo que había dicho el ruso en su discurso de rechazo había sido verdad, el problema no era que no estuviese preparado para una relación ni que no estuviera capacitado para amar, el problema siempre había sido Horacio y lo sabía.

Suspiró incorporándose al escuchar pasos acercarse. Esa pequeña vocecita que se encarga de meternos ideas absurdas e imposibles en la cabeza sonó, haciendole creer ilusamente que quién se acercaba podía ser su amado comisario, pero esa ilusión se rompió cuando quién entró en la habitación fue Greco, haciendole sentir como un estúpido.

"Idiota. ¿Cómo se te ocurre, Horacio?"

—¿Se encuentra bien, Horacio?— Atinó a decir el barbudo, mirándolo comprensivamente.

— Sí, sí. No se preocupe, estoy perfecto— Mintió— No sé porque no debería estarlo.

—Venga Horacio, no se haga, que se le nota en la mirada.— ¿Aún sigue enamorado de Volkov?

El mencionado solo asintió desviando la mirada mientras que Greco solo lo miraba con una mueca.

—Vaya...—Calló por un momento sin saber muy bien qué más decir— Lamento escuchar eso. No hay mucho que yo pueda hacer, pero quiero que sepa que estoy aquí para usted.— Y sonrió.

El menor casi se hecha a llorar, pero logró a duras penas devolverle la sonrisa y agradecerle.

Cuando el comisario salió de la armería, Horacio tomó el valor suficiente e imitó su acción, buscando a su compañero por el sitio, no sin antes dirigir una última mirada a la pareja.

Por fin divisó a Gustabo y casi corrió hacía él al verlo salir del pasillo.

—Tenemos que irnos YA. —Dijo con urgencia el de cresta apenas alcanzó a su compañero, ganándose una mirada extrañada de este.

—¿Qué pasa? ¿Ya hiciste enojar al viejo?— Se burló el rubio.

El contrario solo volvió la vista hacía el comisario y la enfermera, el mayor siguió su mirada y al darse cuenta su expresión cambió a una de asco. Sin nada que añadir tomo a su amigo del brazo y lo saco de ahí.

—No te preocupes, que se vayan al infierno el abuelo y el niño asustado.

—¿Y por qué Conway?

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