IX

925 110 58
                                    

Llegó a Escorpio con el cuerpo húmedo por la lluvia que caía ligera y sin cesar. Y una vez parado frente a aquel gigantesco templo y su entrada, se detuvo.

Cerró los ojos, dándole permiso a la lluvia por un rato más de que acariciara su piel. Podía sentirla en sus manos, en su cabello, en su rostro. Pequeñas y suaves gotas de agua que resbalaban por su piel.

Ya estaba aquí. No podía echarse atrás.

Abrió los ojos y contempló por última vez la fachada de Escorpio. Podía sentir la calidez de Milo, de su cosmos.

Invadido por su agonía, mucho más pesada que el pudor que podría sentir por la situación, avanzó. No necesitaría anunciarse pues sabía que Milo ya debía haberse percatado de su presencia. Así como él podía sentirlo, era lógico que también el griego pudiera.

Los segundos que siguieron fueron los más largos que vivió en el tiempo que recordaba. Los nervios lo consumían. La vergüenza lo abrumaba pues debería confesarse. Pero se obligó. Se obligó a permanecer de pie en aquel lugar.

Hasta que al fin oyó sus pasos.

No fue capaz de levantar la mirada. Pero supo exactamente de dónde venían. El griego debía estar en la entrada de su templo también, pero de la que mira a Libra. Y cuando fue capaz de vislumbrar su silueta, se preguntó qué diablos estaba haciendo. Pero ya estaban allí. Y aunque quisiera, no podría desaparecer.

- Hola, Camus.. - lo saludó con suma naturalidad el griego.

Maldita sea, no se sorprendía de verlo allí. Siquiera en esas condiciones, empapado por la lluvia, nervioso, agonizante. Era como si lo estuviese esperando. Y la voz del griego rebosaba, como siempre, de dulzura al dirigirse a él.

Y por más que intentó, las palabras no acudieron a sus labios. Con la vista clavada en el suelo, no era capaz de mirar al hombre delante suyo. El silencio era sepulcral y lo único que podía oírse era nuevamente la lluvia. Suave, liviana, inalterable.

Sabía que cada segundo le costaría una ardua explicación pero realmente no sabía cómo comenzar. Y Milo allí, totalmente inmutable, sólo lo miraba.

¿Por qué no decía algo más, maldita sea?

¿No se daba cuenta de que no era capaz de pronunciar palabra?

- Yo.. - pudo articular al fin, ante la atenta mirada del griego. Pero no pudo continuar.

Maldición, ¿por qué tenía que ser tan difícil?

- ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte..? - lo salvó de un nuevo silencio el escorpiano.

Levantó la vista, clavandola esta vez sí en el hombre que tenía enfrente. En ese hombre que estaba consiguiendo volverlo loco. Que lo desquiciaba.

Tomó el poco coraje que quedaba en su cuerpo, en su alma, y respondió.

- Comienzo a sospechar que sí..

Y completar aquella frase le costó más esfuerzo del que se había creído capaz. Podía sentir las lágrimas contenidas, la espantosa vergüenza. Pero no había otro camino. No lo había..

- Bien.. - susurró el griego con delicadeza - Te escucho, Camus..

Podría haberse muerto de amor al verlo así como estaba, empapado por la lluvia, con los cabellos de su frente pegados a su piel. Con las diminutas gotas recorriendo su cuerpo hasta fundirse con él. Con los nervios a flor de piel, con su fragilidad, su timidez.

Era inhumano el esfuerzo que estaba haciendo para no caer a sus pies. Pero sabía, por supuesto, que para Camus las cosas eran aún peores. Moría de ternura al verlo tan nervioso, tan perdido.

Amnesia (MiloxCamus)Where stories live. Discover now