|𝕷𝖔 𝖖𝖚𝖊 𝖈𝖆𝖑𝖑𝖆𝖒𝖔𝖘 𝖑𝖔𝖘 𝖕𝖊𝖓𝖉𝖊𝖏𝖔𝖘|

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"Lo que callamos los pendejos" 

Siempre estuve satisfecho a su lado. No me faltaba nada. 

Era un amigo con el que podía contar aún cuando tuviese montones de tarea; ¡Era como un pequeño Superman!, nos encantaba ser uno mismo entre la gente que nos rodeaba, llamarnos como no nos gustaría que nos llamen, e ir al arcade de la plaza dónde nos robábamos las fichas del Galaga. Cada día (aunque a su manera) él lograba escaparse por la ventana para salir a hurtadillas con el Corvette azul de sus padres: recorríamos kilómetros hasta llegar hasta la parte Este de la ciudad, donde no hay amanecer, y en el cielo estrellado jurarnos en recuerdos que nos encontraríamos en el mismo sitio como hoy. 

Podíamos hacer cualquier cosa si nos enfocábamos a ello, como aquella tarde: en la que estábamos acostados en el jardín de la señora Francia mientras veíamos como peleaba con su esposo. Nunca se me va a olvidar cuando dijo: --Escucha México, si un día yo no puedo venir contigo, no quiero que me dejes. Ven por mi a donde quiera que esté: si estoy en una cena con mis abuelos ¡No importa! ven por mi y yo me las arreglaré como todos los días-- simplemente le sonreí porque...me encantaba. Me encantaba que no pudiese estar un sólo día sin mi. 

Y siendo sincero, yo tampoco podía: al día de hoy sigo sin poder pero, hacemos el intento de sobrevivir un viernes sin ir al menos a la cafetería de la escuela. Porque si yo estaba en tiempo libre él tomaba taller de canto, y si él tenía dos horas concretas para salir ¡Yo me perdía la tarde en el taller de diseño!. Todo el maldito viernes era una tortura. 

Un día se me ocurrió tocarle el cristal precavidamente mientras su profesora seguía las partituras de la flauta y ellos cantaban --Sal puto-- le susurré por el marco. Él supo de mi llegada desde que abrí lentamente el ajimez: y claramente entendió a que me refería pues sonrió como tarado al darse cuenta que estaba asomando mi cabeza en el hueco de la ventana. Era bajo así que le tocaba hasta atrás en la fila del coro. 

--No puedo-- me dijo simplemente con los labios, como si no tuviera voz puesto que si hablaba muy alto la maestra en turno lo mandaría con su tutor. Y yo no quería que mandaran a mi amigo con su tutor: siempre sospechaba que le miraba raro. 

--Sal de ahí soldado-- le volví a susurrar mientras él aguantaba las ganas internas de carcajear. Ya no podía ni cantar bien pues su pecho le pedía a gritos reírse de mis pendejadas. --Saca tu trasero comunista y ven putito-- insistí. 

--Joven Rusia, ¿Por qué no está cantando?-- escuché por los estribillos de la ventana mientras su profesora paraba toda aquella cantarería. No les miento, me panique porque sabía que aquel ruso no era culpable de mi decadente actividad cerebral. 

--Perdón maestra, me perdí--

--¿Está seguro?-- volvió a preguntar como si no confiara en él. Además, asomó su largo cuello por las butacas mientras yo rogaba que no me viera pegado a la pared y arremetido contra la tierra. --Escuché que le llamaron, ¿No es así?-- 

--No profesora, fue mi...celular-- ¡Ay amigo! ¿En qué te he metido?. Ahora dices pendejadas para poder zafarte de esta. Me dí cuenta que pronto, si no es que ahora, dirigía con duro pasar los tacones de corcho que tronaban con rapidez, en tanto suspiraba y se tallaba las sienes comprometida a sacarle la verdad a mi amigo: pero en vez de eso, grande fue mi sorpresa al saber que estaba encima de mi. 

𝕺𝖓𝖊𝖘𝖍𝖔𝖙𝖘 || RusmexWhere stories live. Discover now