Capítulo 8

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Cuando Halil y Sila llegaron esa mañana al set principal de Emanet les informaron que se trasladaban al Belgrad Forest, uno de los parques más grandes y bonitos de Estambul. Debían grabar las escenas de Yusuf medio congelado en el bosque mientras Seher y Yaman lo buscaban.

– Halil, puedes ir conduciendo y que Sila vaya contigo. Haremos paradas en el camino para grabar la escena con el camión congelador y luego la llegada en coche al bosque. Allí os tocará correr así que espero que hayáis dormido bien – lanzó su discurso Serkan dejando en manos de sus protagonistas si querían o no estar a solas...

Halil pensó que precisamente bien no había dormido. La noche pasada había tenido algo de fiebre y, a pesar de haberse acostado temprano, el sueño lo había eludido. Recostado en el cabezal de su cama y tapado hasta la barbilla había estado viendo fotos en instagram. Su amigo y compañero Melih (Ali) no dejaba de subir videos de sus travesías en bici y la música que los acompañaba era de lo más variada. Osman parecía que vivía en el gimnasio a juzgar por todas las fotos que ponía entrenando. Sonrió. Bueno también tenía tiempo para su novia y el perrito al que solían disfrazar. Intentó no entrar en el de ella pero la fiebre hizo que su resistencia menguara y echándole la culpa al termómetro la buscó. Esta vez se fijó más en la mascota de Sila. Era toda una casualidad que el nombre de la perra fuera el suyo al revés, pensó Halil frunciendo el ceño.

La perra era en un encanto que siempre llevaba la lengua colgando pero quien secuestraba su mirada y hacía que no pudiera apartar los ojos de la pantalla era la dueña de Lilah. Se la veía feliz posando con su mascota y esa felicidad a él le derretía los huesos.

– Sé que te gusta conducir pero tienes mala cara. Si no te encuentras bien lo llevo yo – dijo Sila sacándolo de su ensoñación.

– ¿Cómo sabes que me gusta conducir? – preguntó Halil entrecerrando los ojos.

– No sé, lo debo de haber leído en alguna parte. Espera aquí – y Sila huyó de él y de sus preguntas comprometidas para ir a buscar café para los dos.

Cuando volvió Halil ya estaba sentado en el asiento del copiloto por lo que ella entendió que ciertamente no se encontraba bien. Se montó tras el volante y le pasó un café a él.

– A ver, mírame - y sin pensarlo puso la mano en la frente de él en cuanto se giró hacia ella. Los ojos de ambos quedaron alarmantemente cerca y sus labios tentadoramente próximos. Entre ellos flotó durante unos segundos la fantasía de un beso, pero una de las caravanas pasó cerca del mercedes diluyendo el momento. Sila apartó lentamente su mano de la frente de él y sin abandonar sus ojos de ónice le susurró:

– Estás ardiendo...

Halil asintió con el frescor de la mano de Sila todavía en su piel. Estaba ardiendo, efectivamente. Por ella.

– Deberíamos avisar y tú irte a casa. No estás bien y ya has oído que nos va a tocar correr por el bosque – dijo Sila cerrando la mano que guardaba el calor de él.

– Hayir, sólo estoy destemplado – respondió él terco.

– Espera un momento – dijo Sila buscando su bolso en el asiento trasero. Otra vez quedó cerca de él y otra vez Halil respiró su aroma avainillado. Aquella mujer iba a matarlo si no lo hacía antes la fiebre.

– No paras de darme órdenes, Sila Hanim – se quejó Halil cerrando los ojos y bebiendo su café.

– Toma – le dijo ella un momento después – es paracetamol. Te lo tragas con el café y luego arranco.

Halil la miró de reojo y obedientemente se tomó la pastilla con lo que le quedaba del café.

– Aprovecha para descansar, cierra los ojos... si te fías de mi conduciendo claro – bromeó Sila.

SilHalWhere stories live. Discover now