¿Quieres jugar?

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Arrugo la nariz mientras observo a Alex cómo teclea rápidamente en el ordenador el cual está sobre sus piernas y él apoyado en el cabecero de mi cama. Observa la pantalla muy concentrado. Cambio el peso de mi cuerpo y pongo un cojín debajo de mi pecho para apoyar la barbilla en mis manos.

— ¿Puedes dejar de mirarme? No logro concentrarme si me miras así.

— Pareces muy concentrado. — Replico. Su mirada se desplaza de la pantalla a mis ojos por un segundo, luego sonríe torcidamente mientras sigue escribiendo. — Me aburro. — confieso rodando sobre mí misma hasta quedar boca arriba.

— Ya acabo, nena. — me asegura.

Tiene que enviar un trabajo antes del 31 de diciembre, y como no, Alex Sáenz está enviándolo en el último minuto.

— ¿Por qué no lo envías a las 23:59? Así le pones más emoción aún. — me burlo de él mirando el techo.

— Muy graciosa. — no le miro, pero le imagino poniendo los ojos en blanco.

Esos 5 días siguientes a la noche de Navidad habían sido de los mejores junto a Alex. No llegaba a entender aún cómo podíamos estar tan bien juntos y siempre que hacíamos cualquier cosa con cualquier persona acabábamos a gritos.

Seguía sin ser estúpida, y esa noche le había dejado entrar porque quería hacerlo. No debía, pero quería. A Alex le preocupa algo, y lo sé, le conozco mejor que nadie, pero no consigue estar relajado ni un solo momento. Incluso cuando ambos estamos bien, viendo una película o charlando en la cama de repente me abraza ansiosamente y con miedo, como si le preocupase perderme. Lo que no llego a explicarme es por qué tiene esa necesidad cuando me tiene justo al lado. Sé que tiene un pánico terrible a que le deje, pero él también sabe que le necesito y que le quiero. Esa noche no quise hacer más preguntas, aún tenía ciento y una, pero por lo menos me había contado lo de la droga, que él pensaba que era algo horrible y para mí no fue gran cosa. Si lo hubiese dicho antes nos hubiésemos ahorrado muchos disgustos.

En cuanto a lo ocurrido esta última semana, después de esa noche, fueron los mejores días. El día 26 Alex me dijo que quería pasarse el día entero en la cama, la idea no me agradaba porque odio estar quieta, pero lo conseguimos. Comimos en la cama, dormimos, vimos una película... Bueno, de hecho, no la vimos, porque Alex se pasaba la mayor parte del tiempo de la película doblando a los personajes con su propia voz, entre eso y que a mí me hacía mucha gracia no conseguíamos oír la voz de los protagonistas.

El 27 fuimos a pasar la mitad del día con su familia y la otra mitad con Corina. Águeda no paraba de contarme cosas del día de Nochebuena y como su cuñada se emborrachó cuando nos fuimos, yo no podía parar de reír y Alex me miraba de vez en cuando sonriendo. Miguel ya había acabado el libro de Harry Potter y le prometí que le compraría el segundo, así que me anoté mentalmente hacer una visita al centro comercial.

Corina seguía igual ese día, igual de quieta. Siempre me entristecía verla allí, porque el resto del día estaba ocupada y su falta no me desesperaba tanto como cuando la tenía justo delante. Alex se esperó fuera durante todo el tiempo que quise permanecer allí. Sé que, si se lo hubiese pedido, hubiese entrado conmigo, pero necesitaba un momento a solas con mi mejor amiga para ponerla al día. Y él se esperó. Se esperó por más de tres horas a que yo acabase, sin rechistar y sin hacerme ningún comentario. Ese día salí contenta de ver a Corina y no pude dejar de besar a Alex durante todo el resto del día y parte de la noche. Él me quería.

El 28 Sandra llamó a Alex para quedar, ninguno de los dos nos fiábamos porque pensábamos que nos gastaría una inocentada. Pero no fue así, lo único que quería era que llamásemos a Marcos, el primo de Alex. Yo estuve a punto de decírselo a Tomás, pero me eche hacía atrás cuando pensé en todo lo que podría salir allí. Sandra nos llevó a cenar a un local alternativo donde toda la comida era vegetariana. Corina también era vegetariana desde hacía años, así que cogí una tarjeta para llevarla algún día. Marcos era buen chico, no como su prima. Era tímido al final, pero después de un par de cervezas se le veía más suelto. Vi de reojo como Sandra cogía su mano por debajo de la mesa y éste, no solo no la retiraba, sino que además le sonreía. Cuando acabamos volvimos a parar en el hospital para estar con Corina.

Déjame amarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora