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Pasaron días hasta que finalmente pudo despertarse, seguía sin recuperar la vista, pero su boca ya no estaba tan seca y su estómago no dolía tanto.

Sintió el tacto suave y frio de una tela sobre su cuerpo y un lecho mullido a su espalda, alguien la había rescatado. No sentía a nadie más a su alrededor, llevaba mucho tiempo inmóvil e incorporarse le resultó imposible. Intentó hacer acopio de fuerza y lanzar algún hechizo simple.

Eligió llamar a Eco, su frente y sus manos brillaron con un leve fulgor. En su regazo apareció un ser diminuto, de no más de un palmo de altura, un pequeño topo antropomorfo vestido con un sencillo chalequito azul. El topillo correteó sobre su cuerpo con impaciencia, para asegurarse de que se encontraba bien.

La triste bruja no era capaz de hablar y se sentía tremendamente débil, tal vez invocar a su amiguito no había sido tan buena idea. Sin embargo, Eco le acarició los ojos con cariño, estaban sellados por una magia oscura y poderosa, y entendió. Su señora necesitaba ver, él le prestaría su oído para que le resultase más fácil.

Lanzó sus ondas y las interpretó para formar un mapa de la habitación, su magia era poderosa y gracias a ello, la bruja vio. Por primera vez en mucho tiempo ya no era todo un pozo negro y frio. Pudo percibir que estaba en una habitación con varias camas, las más alejadas a ella estaban ocupadas por dos niños y una mujer.

Eco se esforzó en que pudiera percibirlo todo lo mejor posible, tal vez quisiera no poder hacerlo. Sus compañeros estaban tan mal heridos como ella. Uno de los niños estaba inconsciente y luchaba por respirar, el otro dormía plácidamente y la mujer los observaba en silencio desde su cama.

Nadie la vio invocar a Eco, nadie la vio intentar incorporarse, toda la atención de la mujer estaba en los niños hasta que se sintieron unos pasos apurados. Varias personas entraron de golpe en la habitación, la primera, parecía un hombre adulto, se acercó corriendo a la mujer que empezó a llorar. Con amargura y en silencio, todo por preservarle al pequeño un sueño que se desvaneció en seguida. El niño dio un chillido "papi". Juntos se acercaron con preocupación al otro pequeño, si la bruja aun conservara sus ojos, estarían inundados en lágrimas.

Eco se refugió en un hueco entre el cuello de su señora y la almohada, se tapó con su pelo y acarició lentamente el cuello. Ella se sentía extraña en la escena, trató de no moverse, no quería importunar.

Intentó identificar a la segunda persona que entró en la sala.

La persona que se estaba acercando a ella, paso firme, sonoro e intimidante. Una figura enorme se quedó inmóvil frente a ella, giró su cara hacia la figura, no podía hablar y apenas moverse, así que no podía hacer otra cosa para que la figura supiera que estaba despierta.

Eco le dio un golpecito detrás de la oreja, a él la figura le daba miedo. Entonces lo vio, Eco lo había escaneado hasta el último detalle.

Un hombre, alto y de hombros anchos, de rasgos afilados y mandíbula cuadrada, con colmillos realmente afilados, amenazador en toda su envergadura. La miraba con intensidad, como si esperara algo de ella. Estaba demasiado débil, no debía haber invocado a Eco, pero no se arrepentía, ahora sabía que estaba en una guarida de vampiros.

Movió lentamente una mano, quería hacerle ver al vampiro que la miraba que estaba tratando de comunicarse con él, que estaba despierta. Necesitaba agua, tenía la garganta tremendamente irritada y era incapaz de articular palabra. Quería llevarse la mano a la boca, pero le pesaba horrores, y sintió miedo recordando las pesadas cadenas que le habían impuesto.

Su corazón latía con demasiada fuerza, el vampiro llamó a alguien, Eco tenía demasiado miedo, aun así, trató de transmitirle lo que estaba pasando. Otras dos figuras que no se habían movido aun, se acercaron, tanto a los niños como a la bruja. Parecían doctoras, diluyeron algún polvo en un vaso y se lo dieron de beber a la bruja, el líquido amargo le quemaba la boca y la garganta, la dejaron tumbada un rato y después le dieron agua fresca, cuando la quemazón desapareció sintió un alivio increíble, ya no le fallaban las fuerzas como antes y tenía la garganta lo suficientemente clara como para tratar de hablar, aunque fuera entre roncos suspiros.

Bruja- ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?

Ni el vampiro ni la doctora la miraron siquiera, "claro, no le habléis al bicho raro no os vaya a pegar la rabia o algo". La bruja se dejó caer en la cama, casi aplastando a Eco que se escondía ahora bajo la almohada. Entre suspiros le pidió perdón y lo buscó con la mano, acariciar a su amiguito le daba paz. Era la única presencia no hostil que había sentido en años, él y todos los seres que había conseguido invocar.

Pasaron días en los que el vampiro amenazador esperaba a los pies de la cama mientras la doctora la examinaba y le daba el líquido amargo. Ya había recuperado el control de su cuerpo y se sentía en un estado de salud optima, aun así, seguían repitiendo el mismo ritual haciendo caso omiso a sus quejas.

Un día, la doctora le hizo sentarse al borde de la cama y por primera vez le habló directamente, la bruja inclinó la cabeza esperando oír la respiración de la persona a la que la doctora le estaba hablando. Los demonios y los vampiros eran seres nobles y altivos, ninguno se rebajaría a hablarle directamente a un brujo, y menos tuteándolo. Como si fueran iguales, para ella era algo inconcebible.

Doctora- ¿Por qué motivo no recuperas la vista? ¿Qué broma es esta?

La bruja abrió la boca, más por sorpresa que por otra cosa.

Bruja- Me robaron los ojos.

Su ánimo se nubló visiblemente y la doctora dio un respingo. La magia de los brujos era un bien muy codiciado, los magos oscuros harían lo imposible por acumular habilidades. Incluso arrancarle los ojos a una bruja. Era una práctica cuyo desvalor se acercaba al del canibalismo, tal era la atrocidad de la que estaban hablando.

Vampiro- Alguien se ha atrevido a romper el tabú.

La bruja se tensó de golpe, reconocía la voz del vampiro, no sabía de donde, pero esa voz ya le había hablado tiempo atrás. El trauma del cautiverio le había dejado pequeñas lagunas de memoria, sin contar las terribles pesadillas.

Si, alguien había roto el tabú, alguien había tratado de robar los poderes de otra criatura, sin duda para usarlos para algún tipo de magia prohibida. Alguien había robado los ojos a una bruja, tradicionalmente se consideraba la más reprochable de todas y cada una de las prácticas prohibidas. Casi nadie recordaba el hechizo por el que se le dio este desvalor, y, aun así, la idea permanecía.

CadenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora