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N/A: Dulce Destino sólo está en Wattpad hasta el capítulo 10. La consigues completa en Amazon o Buenovela.


Daniel buscó en las bibliotecas circundantes libros que le ayudaran a despejar sus dudas. Realmente estaba enamorado? No sería, tal vez, que sólo quería mucho a Diana tal como se quiere a una hermanita?

Pero a pesar de devorarse todos los libros acerca del tema, no pudo esclarecer sus dudas.

En esos días había estado metido de lleno en sus estudios, en los de Esteban, y en su nuevo trabajo.

Esteban realmente empezó a cambiar su actitud en clase. Atendía a los profesores y realizaba sus deberes, aunque en muchas ocasiones simplemente le llevó sus apuntes a Daniel para que fuera él quien los hiciera. Daniel tuvo que aprender a hacer la letra de Esteban en incluso su firma, y los días fueron avanzando.

Empezó a evitar a Diana. Ella era una terrible distracción para sus propósitos, además, lo aterraba tener que reconocer que se había enamorado, y sobre todo de ella, que no daba muestras de preferirlo en ningún sentido.

-Por qué estás desayunando aquí? -Le preguntó ella la mañana de un domingo. Daniel la miró ladeando lentamente su cabeza y la encontró medio vestida en una blusa de tiras blanca, sin sostén debajo, un pantaloncito muy corto y descalza.

-No tienes frío? -preguntó él, enterrando la vista inmediatamente en su plato de comida-. Es otoño, y pronto empezará a nevar.

-Afuera de mi estudio sí me da un poco de frío -admitió ella sentándose frente a él en la pequeña mesa de desayuno de la cocina. Daniel había venido aquí precisamente para no tener que verla o hablar con ella. Había notado que cuando se veían en la mañana, era peor.

Era un hombre, por Dios. Las mañanas de un chico adolescente eran dolorosas.

-No me estarás evitando, verdad? -preguntó ella, mirándolo ceñuda. Daniel respiró profundo y le devolvió la mirada.

En los múltiples libros que había leído, había aprendido que para estar enamorado había que tener una dosis de tres sentimientos muy grandes y fuertes: amistad, ternura y deseo.

Había descubierto que, después de su madre, Diana era la mejor amiga que jamás había tenido. Con ella podía hablar de cualquier tema, bromear acerca de cualquier cosa, y confiarle sus dudas, sueños y hasta sus miedos. Había llorado frente a ella por la muerte y la ausencia de su madre y nunca se sintió avergonzado por eso, ella sabía lo peor de él, y aun así, no se sentía menos.

También, la forma de ser de ella a menudo lo hacía sonreír cuando estaba solo en la cama. Ella tenía tal mezcla de ingenio, vivacidad, inocencia y bondad que producían en él la necesidad de protegerla, de tratarla como a un pequeño tesoro. Cuando ella sonreía con sus enormes ojos chocolate, sentía ternura, ganas de subirla a su hombro y meterla en alguna urna de cristal donde ningún viento, ni ningún rayo de sol demasiado fuerte la fueran a marchitar.

Y por Dios, el sólo verla en ropas tan ligeras ya era demasiado sufrimiento. Le avergonzaba aun a sí mismo ser consciente de las reacciones de su cuerpo, sin darse cuenta de que todos esos impulsos eran normales, y tal vez demasiado honestos. Ella era guapa, delgada, de piernas bonitas, y no quería entrar en demasiados detalles acerca de la forma de sus atributos, que se adivinaban fácilmente por encima de la tela de su blusa de tiras. Ella estaba dando el reporte del clima ahora mismo, y no se daba cuenta, o si se daba, no le importaba, porque no lo consideraba a él una amenaza para su virtud, y eso también dolía.

Así que, en resumidas cuentas, ella era su amiga, sentía ternura y deseo por ella. Una prueba más de que estaba enamorado.

-Navidad se acerca -dijo Diana poniéndose en pie y caminando al refrigerador. Sacó unas frutas y volvió a sentarse frente a él-. Quieres algún regalo en especial? -preguntó, a la vez que le daba un mordisco a una manzana. Daniel sintió la boca seca.

Dulce Destino - (Saga Dulce No. 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora