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De camino a la casa de los Gómez, ambas estaban nerviosas. Amelia porque no sabía que esperar, estaba totalmente fuera de su zona de confort, y Luisita, porque temía demasiado a su familia, sobre todo a María y al bocazas de su padre.

El bar de María estaba realmente cerca de la casa de la rubia, la cual fue haciéndole un breve tour a Amelia mientras caminaban por el barrio.

- Bueno y esta es la plaza de los frutos, y aquel bar de ahí, el que pone Asturiano, es de mi familia. Y este es mi portal. – dijo señalando a portón verde que tenían en frente. – ¿Preparada?

- Si. – mintió algo nerviosa, pero no consiguió engañar a Luisita.

- Amelia, tranquila. Créeme si te digo que mi familia ya te adora, porque bueno... puede que ya les haya hablado un poco de ti. – confesó con cierta vergüenza. – Asique no seas tonta.

Abrió la puerta del portal y mientras subían las escaleras, Luisita iba notando como los nervios le iban aumentando. Sólo deseaba que su familia fuera capaz de comportarse, sobre todo su padre, ya que cuando le habló de Amelia pareció un poco reacio a esa amistad.

Justo cuando ya estaban en la puerta de la casa, Luisita se giró para mirar a Amelia, que seguía con aquella mirada triste, aunque ahora estuviera mezclada con algo de nerviosismo. Le dedicó una ultima sonrisa tranquilizadora antes de abrir la puerta, aunque no estaba segura si era para la morena o para ella misma.

Vamos allá.

- ¡Ya estoy en casa! – gritó mientras abría la puerta, pero se quedó callada cuando vio a la familia al completo en fila de pie en el salón. - ¿Y este recibimiento?

- Bueno hija, puede que tu hermana María nos haya dicho a quien te has encontrado hoy y que puede que tuviéramos una persona más en la mesa. Pero pasar, pasar. Yo soy Manolita, cariño. – le dijo acercándose a Amelia dándole un abrazo.

- Encantada Manolita, yo soy Amelia.

- Ya lo sabemos hija, aquí Luisita no para de hablar de ti. – dijo de fondo Marcelino con una gran sonrisa.

- Papá, por favor. – le riñó Luisita, avergonzada.

- Marcelino no empecemos. – le advirtió su mujer al saber lo bocazas que era su marido. –Que, por cierto, ese es mi marido Marcelino. Él es mi suegro, Pelayo.

- ¿Qué tal estás, hija? – dijo con una sonrisa amable.

- Y él, mi hijo Manolín.

- Manuel. Me llamo Manuel. – dijo por enésima vez ese día. – Aunque, claro. Manolo, Manuel, Manolín... tú puedes llamarme como quieras. – le dijo mientras le guiñaba el ojo y le lanzaba un beso.

- Dios, que vergüenza de familia... - Luisita se tapó con las manos la cara mientras Marcelino le daba una colleja a su hijo.

- Y ahora viene mi hija María con su marido Nacho. – siguió diciendo Manolita.

- Pues encantada de conoceros a todos, y muchas gracias por acogerme para cenar.

- Anda, no digas tonterías. Tú como si estuvieras en tu casa.

Las chicas entraron en casa y cerraron la puerta, ya que seguían ahí sin poder moverse después del abordaje de tu familia. Cuando Amelia avanzó, todos se dieron cuenta por primera vez de la maleta que llevaba arrastrando consigo.

- ¿Y esa maleta, Amelia? – se adelantó Pelayo a lo que todos se preguntaban.

- Eh, si... es que vengo directamente desde Zaragoza.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora