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- Venga Marina, no seas tonta.

- Que no, que no. Que yo no me quedo aquí sujetando velas. Que yo me voy a dormir a casa de Clair.

- Pero no tienes por qué, de verdad. Sólo es una cena.

- Ya. Y una mierda.

Estaban en la habitación de Marina mientras esta metía algo de ropa en una mochila para pasar la noche fuera.

- Marina de verdad. Es que... - Sonaba realmente desesperada, y eso a Marina le llamó la atención. Se giró hacia ella y estudió su expresión.

- ¿Qué pasa? ¿Es que no quieres estar a solas con ella?

Luisita se quedó callada un momento.

- No es eso... es que no quiero que piense que es algún tipo de encerrona.

Se moría de ganas por estar a solas con ella, pero después del rechazo de la primera noche que pasaron juntas en Londres cuando Amelia la visitó por su cumpleaños, no quería presionarla. No quería que la morena se sintiera incómoda.

Marina suspiró y se acercó a ella.

-Luisita, tranquila. Amelia te conoce, sabe que no eres así. Pero déjame darte un consejo... Os morís de ganas por devoraros, y si, no pongas esa cara. – interrumpió al ver cómo la rubia habría los ojos de par en par. – es obvio y mutuo. Pero cuidado con jugar con fuego, que quema. Y lo que tenéis es muy bonito como para verlo reducirse en cenizas.

Luisita se quedó callada. Sabía que quizás tenía razón. Quizás sucedería algo esa noche, quizás se les fuera de control y quizás haría que todo se rompiese. Pero... ¿qué sabría Marina sobre ellas? Luisita no sabía bien como definir la relación que tenía con la ojimiel, porque sentía que hacía meses que ya le era imposible negar que sus sentimientos se escapaban de una simple amistad. No sabía exactamente lo que eran, pero sabía que lo que tenían era tan especial que muy mal que se torciera la cosa, sabía que nunca se rompería del todo. Bueno, en realidad no lo sabía, pero lo esperaba con todas sus fuerzas.

El timbre sonó sorprendiéndolas. Luisita miró la hora.

Mierda.

Se le había echado el tiempo encima. En realidad, la cena se estaba haciendo y ella ya estaba lista y preparada con un vestido de flores ligero y con un maquillaje muy sutil. No quería arreglarse demasiado, pero tampoco pudo evitar vestirse para la morena.

Dejó a Marina en su cuarto terminando de recoger sus cosas y se dirigió para la puerta. Cogió el pomo y respiró hondo antes de girarlo. Todos los nervios le desaparecieron cuando vio aquella sonrisa que hacía que se pasara todo.

-Hola. – dijo Amelia sonriendo, además que con la boca, con los ojos.

-Hola. – respondió tímida.

-Hola y adiós, Amelia. – apareció Marina por detrás de Luisita también con una sonrisa y la mochila en mano.

- ¿Te vas? – preguntó al ver el panorama.

- Si, paso la noche fuera. Es que... he ligado. – le dijo guiñando el ojo, pero más bien dirigido al a rubia para demostrarle que la cubría.

- Bueno, pues en ese caso, disfruta. – le dijo arqueando las cejas.

-Gracias. – le dijo con una sonrisa. – y vosotras. – dijo lo último tan bajo que sólo lo escucho la rubia.

Marina salió por la puerta dejándolas a solas por fin. Amelia seguía ahí parada, como si inconscientemente supiera que al cruzar el umbral empezaría una guerra en su interior entre su autocontrol y sus ganas de besar a Luisita.

Nosotras en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora