VIII

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—…es una locura.

Quizás por enésima vez, Harry vio al antiguo Slytherin resoplar frente a su viejo compañero. Cuando se imaginaba las reuniones entre serpientes, de adolescente, no lo hacía de ese modo.

Era un curioso error, una imagen que tenía grabada en la cabeza, y ahora era destruida frente a sus ojos.

Blaise, con un jean muggle que asumía suponía una influencia de su novia y una camisa arremangada, estaba tendido en un sofá de dos plazas, de lado a lado, con la espalda apoyada contra uno de los reposabrazos y los pies cruzados sobre el opuesto. Tenía una cerveza de mantequilla en una mano y un cigarrillo mágico de menta en los dedos de la otra. Y ojeras. Harry no podía dejar de notar sus ojeras oscuras y enormes, que hacían que los ojos perdiesen importancia.

Draco, que le daba sorbos de vez en cuando a su propia cerveza, estaba inclinado hacia adelante desde un sillón, con expresión de ligero hastío. Supuso que aquello se estaba demorando más de lo que esperó en un comienzo.

Harry estaba en un sofá individual, en medio de la sala, por lo que veía el intercambio como si de una final de tenis se tratase. Estaba convencido de que saldría de ahí con dolor de cuello.

La anfitriona, Ilta, los recibió cuando llegaron, pero desapareció en alguna parte de la casa desde entonces, dándoles privacidad. Apenas podía creer que en verdad hubiese visto a Draco ser besado dos veces, una en cada mejilla, por una hija de muggles. No sólo eso, sino que la chica además le preguntaba si comió, si durmió bien y por Narcissa, y él le contestaba con la calma de quien sabía que aquello era lo que le esperaba desde un principio.

—Es lo más lógico que se me ocurre, basado en sus actuaciones pasadas…

—¿Podrían decirme qué es? —preguntó Harry, en un tono más tranquilo de lo que se sentía en realidad.

Desde que llegaron, hablaban en una especie de código del que comprendía poco o nada. Se sentía casi tan desorientado como si volviese a los primeros años en Hogwarts, parado frente a la mesa de trabajo del laboratorio de pociones y con Snape preguntándole la diferencia entre dos ingredientes de los que nunca escuchó hablar en su vida.

Ambos se detuvieron y giraron hacia él, como si la intervención fuese un crimen cometido en su contra. Blaise le dio un largo trago a su cerveza y se reacomodó, con la espalda en el respaldar, como correspondía, y las piernas cruzadas.

—No le has contado —La sonrisa lenta, pequeña, que esbozó tenía un deje burlón que no rozaba con lo malicioso. Le hacía pensar en cuando Ron lo fastidiaba o viceversa—, es por eso que no ha huido todavía. Comenzaba a preguntarme cuánto tiempo más estaría sentado ahí, con eso que tienes en mente.

—Sé que no suena muy bien…—empezó Draco, pero su amigo se echó a reír.

—¿Qué pasó la última vez que lo intentamos, Draco?

Él no contestó. Desde el otro sillón, le sostenía la mirada a su antiguo compañero, con una expresión que parecía pedirle que lo apoyase un poco. Blaise le dio una calada al cigarrillo y suspiró una humarada que llenó la sala de olor a menta.

—Dile a Potter primero.

—Sólo si tú nos ayudas —puntualizó Draco, sacándole otra media sonrisa al mago.

—Sabes que no haré gran cosa.

—Tus habilidades son muy útiles.

Luego Blaise elevaba y bajaba las cejas, insinuante, y Draco rodaba los ojos. Harry no sabía bien lo que acababa de pasar, pero se estrecharon la mano, así que supuso que aquella conversación al fin iba por buen camino. Más o menos.

El coleccionistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora