XIII

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Entonces, después de retrasar lo inevitable, a Harry se le escapó en forma de pregunta, cuando estaba sentado detrás de la encimera, y veía a Draco repetir la receta de las tostadas francesas, a petición suya. El cabello lacio le rozaba la parte alta de la espalda cuando lo llevaba suelto, como en ese instante, los hombros, no tan anchos como los de Harry, hacían que la camiseta prestada le quedase ancha en los lados, observaba la silueta de su espalda, la cintura adivinándose por debajo de la tela. En calzoncillos, sus piernas pálidas lucían aún más largas, mientras se balanceaba sobre los pies descalzos. Consideró que era una verdadera muestra de nerviosismo que no permaneciese más de medio segundo quieto de ningún modo.

—¿Cuánto tiempo vas a estar aquí?

Draco ni se inmutó. Dio vuelta a una de las tostadas y pasó otra al plato con un giro de muñeca; ninguno hizo un comentario sobre el despliegue de magia sin varita, aunque a Harry le sacó una pequeña sonrisa. Dudaba que otras personas supiesen que podía tener esos pequeños gestos.

—Pensé que podía pasar la noche —contestó él, con tanta naturalidad que casi se cuestionó si la semana de ausencia no habría sido más que una pesadilla—, asegurarme de que el héroe de Gran Bretaña no vaya a morirse asfixiado y solo, ya sabes. Cosas de mi día a día.

Quería reírse de la broma, pero no pudo. Estaba ansioso. No podía creer que aquello fuese tan complicado.

Comenzó a frotarse las manos, sin darse cuenta, por debajo del nivel de la mesa. Sus ojos no abandonaron la figura relajada de Draco, los movimientos ensayados, metódicos.

De nuevo, las palabras fueron las que fluyeron, él no lo pensó, porque cuando las pensaban, pasaban cosas malas y Draco se iba.

—Puedes quedarte todo lo que quieras.

Draco se giró. La cena estaba lista y el plato levitó hacia la encimera; ninguno supo de quién fue el despliegue de magia que lo hizo, ni les importó.

—Mañana tendría que ir con Pans para que no se preocupe —añadió, lento, cuidadoso. Estaba calculando su reacción, midiéndolo, probándolo; Harry lo sabía.

—¿Cómo vas a llegar? —indagó Harry.

Draco sostuvo la cadena entre el índice y el pulgar, y la agitó, para hacer que la mirase.

—Me lleva al punto exacto del que salí.

—Muy útil —reconoció Harry.

—No tienes idea de cuánto.

Silencio. Con Draco, más de la mitad de las conversaciones se basaban en esos pequeños momentos en que cerraba la boca y lo observaba, y detrás de la máscara indiferente o digna de aparecer en Corazón de Bruja, se exponían emociones que pasaban, fugaces, escondiéndose. Harry estaba aprendiendo a leerlas, pero todavía tenía que prestarle su debida atención para obtener las pistas correctas. Podía ser confuso.

Sin duda, el arte de comprender a Draco no era para todos.

—Supongo que es interesante que me traiga aquí ahora —siguió. Harry aguardó, él también. Si ninguno se animó a decir más al respecto, el otro no lo haría en su lugar; tal vez sea de esas cosas que es bueno atrasar. Draco se cruzó de brazos, los platos ya estaban en donde les correspondía—. Necesitaré una nueva forma de llegar con mi madre.

—Podrías…

Draco se sentó frente a él y hablaron sobre las opciones para llegar a Francia, sin llamar la atención del mundo mágico, mientras Harry intentaba descubrir cómo no ensuciarse tanto las manos y él simulaba corregirle el agarre, conteniendo la risa.

El coleccionistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora