Se encontraba en el balcón que daba a la entrada del castillo y los jardines, si alzaba más su vista podía ver la entrada del pueblo; repiqueteaba su pie impaciente, hace un momento vio a los hechiceros desaparer en las afueras del castillo.
Miró hacia el camino que iba de la entrada del pueblo hasta la muralla del castillo. Su doncella estaba tardando ¿Qué es lo que la entretenía?. Se tensó al escuchar unos pasos acercándose, unas manos con dedos largos y un tanto torcidos—blancas por estar metidas en una túnica—se ciñeron sobre su cintura, se estremeció al sentir un pecho fuerte en su espalda.

—¿Por qué te escondes? Llebas mucho tiempo mirando al horizonte.

—No quería encontrarme con tu agradable presencia. - mencionó con sarcasmo.

Las manos se apretaron más en su cintura tirando de ella para apretarla en sus brazos.

—Niña mal educada, algún día te daré unos azotes para que aprendas a respetar.

Sintió su respiración sobre su cuello, la baraba de su mentón le picaba sobre su hombro. Intentó apartarse al sentir su boca dejar un camino de besos desde la base de su hombro hasta su oreja.

—Sabes como los frutos del bosque Kusk.

—¿Muy ácidos?

—Los frutos de Kusk no son ácidos.-dijo con una sonrisa —¿los has probado?

—No, y quítate alguien puede vernos.

—Cerré las puertas con seguro.

—Mentira, cuando la lujuria te domina, no piensas en absoluto.- dijo apartándose del abrazo.

—Alteza, ¡oh! Lo siento no sabía que tenía compañia.

—Está bien, esperame en mi habitación.- La doncella hizo una reverencia antes de irse.

—¿Qué traes entre manos?.- la tomó del mentón, observando esos ojos dorados le susurró.— ¿A quién tienes planeado matar?

—No digas cosas absurdas, jamás mancharia mis manos con algo tan bajo y ruin.

—Y yo no lo permitiría, por eso te pido que me digas, buscaré la manera de..— quito su mano con un suave manoteo y se dirigió a la puerta.

—¿No te basta con meterte en los asuntos de Heremias y mi padre?

—Por ti haría cualquier cosa.

Volteo para darle una sonrisa de lado, intentó que fuera lo más dulce y sutil lo suficiente como para seguirlo manteniendo interesado.

—Te imploro que esta vez no metas en mis asuntos. Ya te avisaré después que estoy planeando.

Sus pasos se escuchaban por todo el pasillo, caminaba con la cara en alto lanzando miradas de desdén a todo aquel que se cruzara en su camino.

Mizell se distinguía de las demás princesas y reinas de Agea, era la única que usaba vestidos escotados hasta los hombros, la falda por encima de los tobillos para dejar ver sus zapatos de cristal adornados con diamantes, una corona de plata con con un rubí rojo en el centro y adornando su cuello portaba orgullosa el collar de perlas que su madre le heredó antes de morir.
Los sirvientes y doncellas se inclinaban al verla pasar; una pequeña sonrisa se formó en su rostro, siempre le había gustado la sensación de sentirse venerada.

Llegó a su habitación donde su doncella y más fiel cómplice la esperaba.

—¿Hiciste lo que te pedí?

—Si alteza, cien monedas a cada pescador que se encontraba en las lagunas azules.

—¿Y cuál fue el castigo?

Agea: Los Guardianes y el reino de Numm. Libro 1Where stories live. Discover now