Capitulo 32.

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Lo malo vino por la noche

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Lo malo vino por la noche.

No me quejaba de la oscuridad, nunca le tuve miedo, pero este era un lugar nuevo y estaba solo, no tenía a nadie para que estuviera junto a mí. No me sentía cómodo.

Poco a poco el doctor y los otros empleados del lugar se fueron yendo hasta que solo quedamos Aysel y yo. Aysel organizaba las últimas cosas que estaban fuera de lugar hasta que finalmente había llegado la hora. Se acercó a mí, acarició mi cabeza a través de la reja y con un suave "buenas noches" se dió la vuela.

Me asusté. Así que hice lo que todo perro en mi lugar haría, lloré. Por favor, no se lo digan a las perritas, esto manchará mi reputación.

Pero logré que Aysel se detuviera y se acercara a mí.

—¿Qué pasa, chico?

—¡Guau! ¡Guau!—Llévame contigo, no me dejes solito.

—¿Te duele la pata?

Volví a ladrar, Aysel preocupada abrió la puerta de la jaula y con todas mis fuerzas me arrastré hasta su regazo dejando mi cabeza sobre ella. Esperaba que entendiera que no quería que se fuera, que odiaba la idea de estar solo. Acarició en aquel punto débil detrás de mis orejas y se rió.

—Sabes que no puedo sacarte de la tienda.

—¡Guau! ¡Guau!—Insistí con ladridos.

Mordió su labio inferior y volvió a acariciar mi cabeza. Suspirando me dejó sobre el suelo y tomo una cadena de una de las repisas. Enseguida me emocioné.

Sí, soy un genio. Deberían darme un Perroscar por la mejor actuación canina nunca antes vista.

—Eres muy manipulador, chico—Se quejó la chica mientras colocaba el collar y la cadena sobre mi cuello—. Para tu suerte, soy la persona más débil del mundo, así que te llevaré a mi casa. Solo por esta noche, ¿de acuerdo?

—¡Guau!

—Muy bien, ahora trataremos de ejercitar esas patas mientras te dedicas a hacer lo tuyo, luego te cargaré, no puedes hacer mucho todavía.

En las calles mientras orinaba aquí y allá me di cuenta de que desde hace mucho tiempo no recordaba lo que era estar al lado de una humana como compañeros. Era extraño que ella me sujetará por una cadena, hace mucho no sentía la protección de un humano. Quería que esto se repitiera una y otra vez, odiaba la idea de volver a una jaula.

—¿Sabes? A veces siento que te conozco, es muy extraño—Me detuve y la miré desde el suelo mientras giraba mi cabeza de izquierda a derecha. Frunció el ceño—. Incluso puedo creer que me entiendes. Sé que me entiendes, solo... En serio creo que puedes entender cada palabra, nunca me había pasado con uno de los tuyos.

—¡Guau! ¡Guau!—Es que me conoces y si, te entiendo.

—Tal vez estoy loca y...—levanta la mirada y la deja fija en un lugar, sus mejillas se encienden y puedo escuchar su corazón latir con mayor rapidez.

A los ojos de FirulaisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora