29. Sweet D.

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—¿No piensas decir nada? —pregunta West cuando llevamos media hora de trayecto en coche después de finalizar nuestra visita a la cárcel.

No he estado callado porque esté enfadado con él. No lo estoy y no le culpo. Solo necesitaba un poco de silencio, de poder pensar, ordenar mis sentimientos, lo que acabo de vivir, las cosas que he descubierto.

Comprendo los motivos de West, él es solo una víctima más en todo esto. Trabaja obligado y con Pitón se que no hay espacio para la negación a las órdenes.

O puede que sí la haya. Pero con una bala en la cabeza. Dejaría que West metiera a mi madre en la cárcel las veces que hiciera falta con tal de que esa bala no llevara su nombre.

—No pasa nada —le aseguro.

Cambio de marcha a cuarta cuanto entro en la autopista y aprieto el pie sobre el acelerador, piso embrague de nuevo y meto quinta acelerando todavía más. Mi amigo, o lo que quiera que sea ahora porque no tengo ni la más remota idea, me pone una mano de piel dura y áspera sobre la mía.

—He metido a tu madre en la cárcel Mika —admite por primera vez en voz alta—. Claro que pasa. Si quieres enfadarte conmigo, lo entenderé.

—No estoy enfadado.

—Un poco sí, vamos admítelo —pincha él.

El tipo que tengo delante va tan lento que una tortuga podría alcanzarle sin esforzarse. Resoplo removiendo los rizos que caen de mi flequillo desordenado y me cambio de carril para poder adelantarlo.

—Y el tío este pisando huevos —refunfuño.

—Mika... —llama West.

Aprieto las manos contra el volante. No puedo pensar, si sigue hablando no voy a poder pensar y son muchas cosas que asimilar.

Llevo meses enfadado con mi madre, culpándola de nuestras desgracias, de todo a lo que he tenido que renunciar, de la persona en la que me he convertido a la fuerza, del miedo que sentía constantemente, de las ganas de rendirme, de la presión en el pecho día sí y día también, de las sombras en los callejones.

La taché de traidora, de haber cambiado a su familia por dinero. De haberle destrozado la vida a mi padre.

La he odiado. He llegado a odiarla con tanta fuerza que he sentido que ese odio me consumía, me envolvía con su manto negro en un viaje solo de ida, del que no habría retorno jamás.

Y ahora todo ha dado una vuelta completa y ha desmontado todos los sentimientos que almacené en mi interior durante tanto tiempo. ¿Cómo se olvida todo eso en un instante? ¿Cómo olvidar el color rojo de la sangre que destellaba en mis ojos cada vez que pensaba en ella?

¿Cómo vuelvo de eso? ¿Cómo dejo de odiarla?

Sí, es una mentirosa. Nos ha engañado a papá y a mí durante años, su vida entera ha sido una auténtica mentira pero no puedo ignorar el hecho de que no ha hecho nada malo. No a nosotros.

No nos ha traicionado. No nos cambió por dinero. Nos quería, siempre nos ha querido.

Y tampoco puedo culparla por haber iniciado esa investigación. La comprendo porque yo quiero hacer lo mismo. No puedo olvidar lo que mis ojos vieron, no puedo hacer oídos sordos a las súplicas de esos jóvenes, a como en silencio, a través de esos cristales y con los ojos vacíos, totalmente opacos, pedían ayuda a gritos sin abrir la boca.

—Estoy bien —repito—. Todo está bien. Estamos bien.

—Dios... he empezado con tal mal pie... —habla más para sí que para mí, aprieta un puño cerrado contra su frente y por el rabillo del ojo veo como cierra los suyos con fuerza—. Tú madre me odia, y no la culpo.

Trueno y Relámpago.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora