Capítulo 06

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El grupo de sobrevivientes se refugió en un supermercado. Según Guille, quizás el olor de la comida camuflara el de ellos y eso les diera una ventaja por sobre los monstruos. Por otro lado, necesitaban comer. El supermercado era bastante amplio y un poco oscuro. Agradecieron que aun fuera de día, pues sino, la situación hubiera sido más aterradora de lo que ya era.

Liz se fue hacia el pasillo de las neveras y tuvo que contener el aliento, pues el olor de los lácteos dañados la superaba. Cuando dio media vuelta, se encontró con la sonrisa de Guille.

—Ven —fue lo único que el chico dijo y ella lo siguió. Él la llevó al pasillo de golosinas—. Cuando era pequeño soñaba que me dejaban encerrado en el supermercado. Podía comer todas las golosinas que quisiera y nadie me diría nada.

Acto seguido tomó una bolsa de gomas azucaras y la abrió. Liz lo imitó, pero ella tomó una barra de chocolate.

—Lástima que la situación sea esta —comentó mientras comían en silencio. El supermercado era bastante silencioso, quizás demasiado. Cuando Liz tomó unas galletas, preguntó—. ¿Cuántos tipos de bichos crees que sean?

—Uh, creo que seis —respondió Guille. Masticó unos caramelos y luego contó con los dedos— Las arañas, los gusanos, las cosas albinas, las cosas negras aladas y —Frunció el ceño—, no sé que sean la quinta y la sexta, pero puedo jurar que hay una más.

—¿Por qué estas tan seguro? —Él se encogió de hombros por respuesta y ahí terminó la conversación.

Esa noche el grupo de siete sobrevivientes logró conseguir un poco de paz. Pasaron la noche en aquel supermercado y no les pasó desapercibido el hecho de que hasta los momentos no se hubieran topado con otros supervivientes.

Habían salido del pequeño refugio, condujeron por un buen tramo. Encontraron aquel supermercado y en todo ese tiempo no se toparon más que con aquellas bestias horribles. ¿Acaso no quedaba más gente viva? ¿Sería posible que solo quedaran ellos? No, eso sería absurdo, pensó Liz aquella noche mientras apoyaba la cabeza sobre una de sus mochilas y se dejaba arrastrar por el sueño.


* * *


En el sueño volvió a ver al niño de la otra noche, pero se veía diferente. En esa ocasión no tenía el halo de luz dorada a su alrededor y la expresión de su rostro era diferente también. En el sueño anterior, el niño la miró con esperanza, como si supiera que todo lo que ocurría acabaría pronto. Pero en esa ocasión su mirada era triste.

—Dime, ¿qué está pasando? —Liz pidió y la expresión del niño se hizo más melancólica.

«Tendrás que tomar una decisión, Lizeth.» Le respondió «La más difícil.»

—¿De qué hablas? No entiendo nada.

«Lo entenderás, llegado el momento lo entenderás.»

Hubo un parpadeo negro y al segundo siguiente se hallaba de nuevo en el supermercado. Miraba hacia el pasillo oscuro y la cerámica del suelo no estaba tan fría como debería a esa hora de la madrugada. Porque solo podía ser de madrugada.

Liz se incorporó. A su lado estaba Arelis, acostada en posición fetal y removiéndose incomoda en su sueño. Solo estaban ellas dos, advirtió, y no le gustó para nada. No deberían separarse de aquella forma, nunca debían hacerlo.

Ya estaba pensando en levantar a Arelis y buscar a los demás cuando escuchó los pasos. Pasos que se acercaban por el largo pasillo y que a cada segundo sonaban diferentes. Un paso era el de un tacón, el otro era la suela de unos zapatos, al siguiente sonaba como la pezuña de algún bicho. Y lo que parecieron millones de años después, una figura comenzó a recortarse en la oscuridad y se detuvo.

Experimento 411Donde viven las historias. Descúbrelo ahora