Capítulo 03

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El hombre negro de la escopeta se hacía llamar Racso, y fue él quien disparó contra la criatura albina que iba a atacar a Liz. Ella se enteró al día siguiente de llegar a la casa que llamaban refugio, mechones azules se lo dijo, así como su nombre propio, el cual era Guillermo, aunque él prefería que lo llamaran Guille.

El hombre que murió la noche anterior no tenía nombre, no uno que alguien supiera al menos. Guille se encargó de relatarle toda la historia a Liz esa mañana.

—Lo encontramos en una bomba de gasolina —le contó—. Ya estaba herido y pudo medio contarnos qué le pasó cuando lo subimos a la camioneta. Nos dijo que despertó en medio de un charco de gasolina y que al minuto siguiente una de esas enormes arañas estaba sobre él, logró escapar porque llevaba un encendedor y le prendió fuego. Se salvó de la araña, pero parte del fuego le lamió las manos. Aun así, se salvó de eso, pues cuando lo conseguimos estaba tirado en el camino, olía a carne quemada y podrido. Lo trajimos enseguida aquí y estuvo grave por mucho rato.

—¿De verdad crees que haya muerto por la araña? —Ella le preguntó mientras se miraba su propia herida, Guille advirtió aquello, pero solo se limitó a decir.

—Sí, las quemaduras no fueron. ¿No escuchaste sus gritos? Parecían algo fuera de este mundo.

—¿Crees que estemos perdidos? —le preguntó ella, Guille no contestó.



* * *



Racso y el hombre mayor que vio la noche anterior discutían sobre qué hacer con el cadáver y Guille no se veía por ningún lado. Era mediodía, o al menos eso era lo que indicaba un reloj circular que pendía de la pared de la sala principal de la casa. Liz se encontró observando el reloj, era de flores y las agujas terminaban en unos pequeños girasoles.

El hombre mayor —no era tan mayor como ella creía; tenía solo unos cuarenta y cinco años y su cabello era muy negro—  decía que nadie debía tocar directamente el cadáver, pues no estaban tan seguros de qué tan dañino era el veneno. Racso, por otro lado, solo quería deshacerse de él pues ya comenzaba apestar. Liz se sintió en la obligación de aportar una idea, por lo que dijo.

—¿No hay plástico, bolsas? —Los hombres la miraron, ella se aclaró—. Quiero decir, para envolverlo, así nadie tendría que tocarlo directamente. —El hombre de cabellos oscuros asintió.

—Sí, creo haber visto bolsas de basura allá arriba. Espera aquí Racso, iré a ver.  —Racso aceptó de mala gana, se cruzó de brazos y observó al hombre muerto. Liz lo miró y preguntó.

—¿Cómo me consiguieron? —Racso se encogió de hombros.

—Solo tuviste suerte. Íbamos pasando con la camioneta y allí estabas tú. Guillermo fue el primero en verte, pensé que te había contado todo esta mañana.

—No, él solo me habló de él —Liz señaló el cadáver—. Luego —Miró a su alrededor, como si esperara que Guille se materializara de pronto. Racso la miró de reojo.

—Desapareció... sí, yo tampoco lo he visto desde hace un buen rato. ¿Quién sabe en donde andará ese pequeño diablo?

—¿Crees que él salió?

—Sería muy tonto si lo hizo, pues todos estamos aquí adentro, y antes de que te trajéramos ya habíamos acordado salir solo en casos de emergencia y en grupos.

Experimento 411Donde viven las historias. Descúbrelo ahora